martes, 1 de mayo de 2012

Rosita


La niña Rosita era más bien una adolescente larga y flacucha que todavía andaba por los montes jugando con tierra y limpiándose los mocos con la manga de la camisa. Iba a al liceo en la mañana, después de coger agua del río tempranísimo y llenar el tambor, cosa que le llevaba sus buenos cuatro viajes. A mediodía se iba a su casa, siempre a pie, y pasaba la tarde ayudando a su mamá en la casa o de visita donde la señora Juana.

Esa noche dejaron a Rosita ir a la fiesta sólo por ser en casa de una de las comadres de su mamá, y eso después de advertirle que tuviera mucho cuidado con esto y aquello: que nada de estar hablando con ningún muchacho, que eso es muy feo y usted está muy chiquita, que nada de andar mucho con Ligia que esa niña es muy disponedora, que no tanta torta que después se le empacha el estómago. Rosita fue bastante obediente (excepto en lo de Ligia) y volvió a su casa a eso de las siete, con la mala suerte de que la agarró uno de esos aguaceros del llano que en diez minutos dejó al camino hecho un lodazal.

La noche no era muy clara, pero Rosita conocía el camino y los relámpagos alumbraban el monte de cuando en cuando. Iba apuradita, no fuera a ser que la regañaran por la hora, y cuando ya estaba casi llegando a su casa, tropezó con algo largo y tieso ¿un palo? para venir a caer de bruces en algo terriblemente blando, grande, tibio y húmedo, todo al mismo tiempo. El algo, también sorprendido, soltó un larguísimo muuuuuuuuuuuu de pena. La noche se hizo tan clara en aquel instante de relámpago que Rosita pudo verse el sucio en las uñas, casi clavadas en la panza hinchada de la vaca blanquinegra, echada en medio del camino, vencida por los dolores del alumbramiento. En las mismas, la niña se puso de pie y siguió su camino más apurada que antes, aterrada de la pata y las ubres de la vaca y la severidad de sus padres. 

-¡Ay, mijita, mira cómo vienes que pareces un pollo! –le dijo la madre al verla y Rosita no contestó nada del puro susto- Y vienes amarillita, seguro que venías brincando por ese monte, ¿ah? Quién sabe qué habrás visto porai… pero anda, mija, anda y cámbiate que te me enfrías del pecho. Y después te vienes a la cocina, que te preparé unas batatas hervidas con mantequilla pa' que comas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario