viernes, 30 de diciembre de 2016

La última luna

Todo va encontrando su orden.

Los objetos bellos de mi casa recobran todo su sentido.

Las macetas están preñadas de flores.

Hasta el gato, que ha vuelto,

me mira impasible desde el sillón,

ajeno al hombre y su obesión por nombrar al tiempo,

sea con círculos de piedra,

o círculos viciosos como éste.

Darle vueltas de viruta a las cosas más simples...

Ay, vida, ¡cómo decírtelo!

Que te quiero.

Con tus golpes de poema,

el misterio de tu injusticia,

tus silencios,

tus laberintos

y tu mierda.

Ahora sí, 

con las cuentas claras,

hablemos.

Digamos finales y comienzos,

borrón y cuenta nueva.

Ahora sí.

Jardines,

letras,

oraciones,

todo va encontrando su orden.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Nostalgia del acero

Los caminos del azar se han hecho angostos: en lugar del laberinto inhumano de la ciudad, queda apenas una avenida desierta de luces, rincones donde copulan las sombras, esquinas entre calles ciegas que hacen de encrucijada.

¿Dónde quedan los encuentros fortuitos, la puerta del ascensor que se abre, la del tren que se marcha? ¿Quién espía ahora la inquietud de los andenes?

Los caminos del azar se han hecho desiertos. ¿Qué hacer con estas playas que nos dan sus caracoles mudos, su sal, su horizonte y falsas alas que, si volaran, no sabría a dónde ir?

Los caminos del azar son un barco anclado en un puerto fantasma donde no vuelven los hijos pródigos, no hacen promesas los que se van, no emprenden los pañuelos blancos su frenético vuelo.

Los caminos del azar han florecido: el empedrado es perfecto, con qué precisión se han acoplado las losas. Qué inmensa la sombra de los árboles en la orilla sola, sin saber exactamente qué hacer con el canto de los pájaros.

domingo, 6 de noviembre de 2016

San Francisco, o La importancia relativa del arte

I.

La primera mañana quisimos ir al mercado de antigüedades de Alameda. Alamida, pronunciaban los locales, y yo trataba de no horrorizarme ante las ruedas de la fortuna en las que se divierte la historia. Procuraba olvidarme de guerras, invasiones, razas, idioma y todo lo que nos separa, por ejemplo la diferencia entre una pirámide levantada en honor al sol y una pirámide levantada en honor al hombre.

Transamerica Pyramid - Google Images

En Alameda un hombre de rasgos indios me vendió un collar de plata de aire vagamente precolombino; el resto del mercado fue una tortuosa práctica de minimalismo personal en que me decía: realmente no necesito esa Singer de principios de siglo, y además no cabe en la maleta...

En la noche caminamos por el Embarcadero desde el Pier 1 hasta el famoso Pier 39, que me pareció un lugar poco interesante, lleno de tursitas ocupados en las tiendas de souvenir convenientemente ubicadas entre un restaurant y el otro. Me recordó las calles de New Orleans y más temprano que tarde preferimos regresar al hotel a vernóslas con el jet lag. Ni siquiera el asalto al bar nos ayudó a conciliar el sueños, y así cualquier ciudad es una fiesta.


II.

El Museo de Arte Moderno (MOMA) de San Francisco era para mí el Santo Grial del viaje porque iba a ver un cuadro de Frida Kahlo por primera vez. Siendo lunes pensé que estría más bien vacío, pero siendo un día feriado acabé otra vez naufragando en un océano de turistas . Nadie estaba frente al Kahlo.

Más tarde nos peleamos a cuenta de una tontería (una taza de café); tal vez el trasnocho haya tenido que ver algo en el asunto. Ver arte así, triste y enfirruñado, es un cambio de perspectivas: poco importa la ejecución, el contexto de la obra o el nombre de quien la firma. Es la reacción visceral lo que nos mueve a contemplar, dialogar (o no) y hasta conmovernos (eso sí, con un llanto pudoroso) frente a un trabajo y no los otros.



La cena tardía en el Pier, seguidas del bar de strip-tease y luego el más casto de al lado; la conversación extraña con los vecinos de sofá -intoxicados de químicos después de un concierto de Santana, dijero, creo que confundo las noches-; y las malas fotografías nocturnas del puente ayudaron a limar asperezas. Volver al MOMA a solas la mañana siguiente fue la verdadera pipa de la paz, contemplar a solas el cuadro de la Kahlo, más bien pequeño, fue la verdadera pipa de la paz. Hasta ese entonces nunca me había interesado mucho por el trabajo de Diego Rivera, aparte de los murales.


III.

En Height Street se reúne un buen puñado de hippies que llegaron cincuenta años tarde a la fiesta. Olvidados de Peace & Love, entran en tiendas llamadas Earthy Garden o Tibetan Treasures aprovechando los descuentos de fin de temporada. Olvidados de la rebelión de Peace & Love refunfuñan porque no seguimos las reglas y no caminamos del lado derecho de la acera.

No podía irme de San Francisco sin una foto del Golden Gate y sus quién sabe cuántos turistas al año, ocupados en probarle al munda a través de las redes sociales que de veras lo visitaron en una especie de obsesivo Veni, Vidi, Vici apocalíptico. Para muestra, el botón:


Adiós San Francisco, con sus townhouses, sus hippies, sus yuppies, sus Uber y su fabuloso curry tailandés de a diez dólares. El paseo en tranvía quedará para otra vez.

domingo, 28 de agosto de 2016

Banksy Decorativo, Referencias Pop o desventuras de un ama de casa

Ahora que mi casa está terminada estoy con el asunto de la decoración; por eso alejada del ejercicio primordial de escribir. Pienso que me hace falta tener más arte, y quiero darle al cuarto un aire moderno. Un Banksy sería perfecto: viene en blanco y negro, es barato y hasta llega por correo.



Suicide girl, I

Hace años supe de una chica que se suicidó, aunque nunca supimos por qué. Siempre que veo esta imagen pienso en ella así, llena de mariposas en una civilización lograda a punta de pistola: la bala la última gota de agua que derrama el vaso de la incompatibilidad entre lo interno y lo externo. Digo pistola como símbolo de violencia; bien podría haber dicho horca o bomba atómica. 

Yo solía llamar a esa chica mi hermana.

Suicide girl, II

Probablemente éramos algo melodramáticas las dos y por eso tenía yo también sueños de suicidio, pero por mi naturaleza sensible pensaba en el veneno: una salida estética y dulce de naturaleza muerta, a la Blancanieves o Bella Durmiente, vestida de seda y con la melena desparramada en la almohada. Nada relacionado con la desesperación física o emocional de los Flaubert de este mundo o el otro. 

Entonces me llegaron las maripositas en el estómago y con su aleteo me alejaron estos ensueños.

Suicide girl, III

El amor no es fácil, sin embargo. Ya lo decía una balada americana, true love is suicide. ¿Es el suicidio de la identidad de una mujer, que del amor de pareja se entrega al amor maternal? Anna Gannon en The Huffington Post le escribe una (muy aplaudida en Facebook) carta de despedida a su yo antes de la maternidad, diciendo:

“Querida Yo Antes de la Maternidad:

(…) Gracias por perseguir tus sueños. Podrías haber hecho lo que creías correcto según el estándar de la sociedad; en lugar de ello escuchaste a tu corazón. No siempre fue un camino fácil, pero gracias por aprender de tus golpes, aun cuando fueron tan fuertes que pensabas que no podías ni siquiera saber dónde estaba el suelo (…)” (*)


¿Sugiere Anna que con la maternidad esas cualidades elementales de la búsqueda y el aprendizaje se han perdido? Claro, (se dirá) estoy malinterpretando una nota que busca dar las gracias a ese yo del pasado para dar lugar al yo del presente. Sí, digamos que el tema final es el cambio y que es natural, ley de vida, etcétera, pero ¿hasta qué punto se puede aceptar y hacer cambios sin que, fundamentalmente, se diga que uno “ya no es uno mismo”? ¿No es perseguir y aprender una parte no negociable del yo?

Suicidio, y de la silueta sin relieve sale triunfante el amor.

Ahora, de regreso a la decoración. Todavía dudo. Aún me gusta Banksy, pero tal vez elija otro trabajo:

"Esto se verá bien al enmarcarlo"

Es fabuloso, viene en calcomanías que no dañarán las paredes.

(*) Extracto, traducción libre. El original en inglés está aquí.

miércoles, 6 de julio de 2016

La Mujer Rota, Simone de Beauvoir

Leer a Simone de Beauvoir siempre me produce un dejo vagamente doloroso ante las verdades que resultan incómodas. Esta vez la escritora las deja expuestas en el formato de ficción de La Mujer Rota, una colección de tres relatos sobre mujeres que tienen en común haber fabricado su identidad total o parcialmente en torno a la familia. ¿Cuáles son las consecuencias del desmoronamiento de la habitación donde colgamos nuestros espejos?

La Edad de la Discreción es el relato de una mujer madura que se enfrenta al síndrome del nido vacío y las decisiones tomdas por su único hijo ahora en edad adulta. En pocas páginas De Beauvoir desarrolla la dinámica de esta familia que cambia de forma con la llegada y la partida de sus miembros, y a través de su personaje principal la autora le da voz a varias reflexiones sobre la carrera profesional, la vida intelectual, nuestras expectativas de otros y viceversa, y nuestra percepción del tiempo a medida que envejecemos. Lo más punzante de esta historia fue mi incapacidad de indentificarme con el personaje, pensando en esa etapa de mi vida como algo lejano, casi abstracto, y entonces leer: "Es el destino común de todas las madres, ¿pero quién encuentra consuelo en decir que el suyo es un destino común?"

¡Ay!

En El Monólogo la angustia sube de tono y nos encontramos con una mujer casi sumida en la locura: son oraciones separadas sólo por punto y seguido, sin comas ni otros signos de puntuación. Se lee sin muchos respiros y el efecto es caer en la vorágine de ideas, sin tiempo para digerirlas. Se siente lo que ocurre, eso es todo. El tema es bastante espinoso y probablemente es sabio no dar muchos detalles de la historia; el shock al lector es parte de la experiencia. Siendo yo misma una fiel a muerte a mis diarios, me impactó mucho leeer: "Qué cosa tan extraña son los diarios: las cosas que omitimos son más importantes que las que escribimos."

¡Ay, ay!

En cuanto a La Mujer Rota ya las cosas se vuelven personales y me resulta imposible hacer una referencia imparcial; el relato para mí fue la cumbre del horror por tocarme una fobia profunda. Pronto se llega al tema del desamor y somos testigos del impacto que sufre la vida de Monique. Surgen las dudas sobre la propia persona y las capacidades emocionales e intelectuales del personaje; surgen las comparaciones y las culpas. A la agonía de este monólogo mental se añade la dinámica de la vida que continúa, además del comportamiento que asume Monique frente a su situación: "¿Por qué? Me golpeo la cabeza contra las paredes de este callejón sin salida. ¡No puedo haber amado a un miserable por estos veinte años! (...) Este amor entre nosotros era real, sólido, indestructible como la verdad, sólo que pasó el tiempo y yo no me di cuenta: ha sido el río del tiempo, la erosión causada por la corriente del río. De eso se trata; ha sido una erosión de su amor por el fluir del tiempo, pero por qué no del mío también en todo caso?"

¡Ay, ay, ay!

A pesar de los ayes (o tal vez debido a ellos) creo que la verdadera literatura es capaz de hacernos reflexionar sobre ciertas realidades de vez en cuando, y nos hace replantearnos ideas y descubrir otras. En este sentido La Mujer Rota, a pesar de su prosa directa y la crudeza de sus temas es un libro que toda mujer debería leer.

martes, 28 de junio de 2016

I. Teresita (o El Desayuno)

Con el ojo agudo de los que viven entre las sombras, fue Matilde la primera en darse cuenta sin decir nada. Esa mañana no le sorprendió encontrar las sábanas ensangrentadas, ni la ferocidad en los ojos de aquella bestia herida, asustada, que la miraba desde la esquina del cuarto. Así, gritando y aullando, era difícil reconocerla.

Había sido la niña Teresita dócil como un corderito; bastaba ver qué bonito recitaba el Pater Noster. Matilde nunca entendió tanta complicación con el bendito latín, si se podía muy bien rezar en cristiano y el Señor hubiera entendido lo mismo, pero así eran las gentes acomodadas. Bastaba, pues, ver lo bien que la niña aprendía a bordar, lo bonito de sus modales silenciosos en la mesa, la sonrisa del maestro de piano en el sopor de las tres de la tarde.

—Teresita, niña, ven a saludar a tu padrino el Doctor Salcedo. ¡Te ha traído una muñeca de porcelana de París, es bellísima!

Imposible desafiar la autoridad de Doña Isabel, en especial frente a la visita. (¡Si lo sabría Matilde!) Teresita se acercaba invariablemente, haciendo los despliegues de gracia necesarios al orgullo de su madre, pero no quería una muñeca de porcelana de París y no quería estar en la obligación de agradecerla sentándose en aquellas piernas flacas, respirando el olor a tabacpo de aquella boca y soportando la incomodidad de ser abrazada por la cintura, forzada a quedarse ahí bajo las narices de Doña Isabel, que veía sin decir nada. Imposible demostrar desdén hacia su benefactor, hacer el desaire: aquello les hubiera costado el compromiso arreglado con su sobrino político, un muchacho educado, exquisito, y sobre todo, riquísimo; al menos lo suficiente como para sacar a las Rojas Mariño del apuro en el que estaban. Todo a cambio de la mano de Teresita al hacerse mayor.

El cielo, alabado sea el Señor, le sonreía a la casa de Doña Isabel. Los preparativos estaban bastante avanzados, sobre todo considerando que aún no había fecha para la boda. Muebles, vajillas, candelabros y lencería; encajes sedas y damascos llegados de Europa esperaban el gran día y la niña Teresita bordaba monogramas sin cesar. El joven pretendiente, incapaz de alejarse de los negocios, enviaba sin embargo cartas, a menudo acompañadas de flores, chocolates, cajitas de música, delicados camafeos y chucherías por el estilo. Sonreía la casa de Doña Isabel, hasta esa mañana.

Los gritos y los aullidos atrajeron primero a las sirvientas y luego a Doña Isabel, que al no más asomarse a la puerta se devolvió, dándole la orden a Matilde apenas con la mirada.

Estas gentes acomodadas, se lamentaba Matilde desde la puerta. Hubo un larguísimo suspiro y de allí surgió la calma de sus pasos y su voz, alejando poco a poco al espectro de la muerte y hablando de los secretos de las señoritas, lo que significaba hacerse mujer. Las palabras dulces, recitadas al ritmo de las caricias de paños tibios, terminaron por tranquilizar a la niña María Teresa, que se dejó lavar, vestir y decir. Las verdades de lo que le venía ahora que entraba en condiciones de casarse la defraudaron. ¡Tanto querer vestir de largo, tanto querer crecer y no tener que sentarse más en el duro bulto del Doctor Salcedo...!

—María Teresa, he enviado carta esta mañana —anunció la madre cuando por fin comenzó el desayuno—. El matrimonio será en treinta días.

Las odió a todas: a su madre, a las señoritas casamenteras, a las recién casadas y su aire de superioridad, a Matilde. Y quiso chillar, pero se limitó a asentir con la gravedad que correspondía a su estado de adulta. Esa mañana sólo se escuchó en la mesa el leve tintineo de los cubiertos, la porcelana de las tazas en su plato y los pasos cansados de la vieja Matilde al servir el agua en las copas de cristal.

lunes, 20 de junio de 2016

Dientes Blancos, Zadie Smith

Siendo una recién llegada al Primer Mundo yo misma, y a pesar de mi aprehensión —la tensión entre el mundo occidental y el Medio Oriente vía la inmigración en masa a Europa es un tema tan de moda— no pude resistirme a explorar la experiencia de otros, así fuera en la ficción.

La novela se desarrolla principalmente en Inglaterra y toca la vida de tres familias: el inglés Archie tardíamente casado con la joven Clara que proviene de Jamaica; el matrimonio bangladesí de Samad y Alsana; y finalmente la familia inglesa de clase media, los Chalfen.

A través de una delicada red nos es demostrada la compleja naturaleza de la inmigración, tanto en el individuo que llega a un nuevo país (Samad), el que lo estudia como un fenómeno ajeno a sí mismo (Mark Chalfen) y el que lo adopta en su vida sin reservas (Archie). Smith habla de estereotipos raciales y el impacto que causan en la sociedad y en el individuo, exponiendo de cuando en cuando algunas de nuestras falsas creencias, cosa que podría dejar incómodo a más de un lector.

Smith parece afirmar que los conflictos derivados de la inmigración se vuelven más complejos con la llegada de la segunda generación. Son hijos que han nacido y crecido en Inglaterra, pero son todavía percibidos como extranjeros en su entorno. Hijos que en casa tampoco encuentran un lugar definido, puesto que deben responder a la tradición de una tierra que ni siquiera conocen, si bien es la de sus padres. Son hijos confundidos, que vienen de padres que están, décadas más tarde, aún en proceso de integración ellos mismos. ¿Qué hacer con las puertas aparentemente abiertas?

Lo que más me gustó de Dientes Blancos fue el talento brillante de Smith para darle vida a tantos personajes de edades y orígenes tan distintos. Tal vez la prosa no tiene gran lirismo, pero Smith compensa con un humor inteligente y diálogos dinámicos en los que cabe leer entre líneas. Las voces están muy bien logradas (es posible leer el acento con el que hablan algunos de los personajes) y los conflictos internos tienen una credibilidad y una fuerza tremendas.

"Si la religión es el opio del pueblo, la tradición es un analgésico más siniestro aún, por la simple razón de que no parece siniestro en absoluto. Si la religión es una banda de goma, una vena que late y una aguja, la tradición es un coctel mucho más hogareño: un té hecho de semillas de amapola; un chocolate caliente espolvoreado con cocaína; el tipo de cosas que cualquier abuela hubiera preparado en casa. Para Samad, lo mismo que para la gente de Tailandia, la tradición era cultura y la cultura conducía a las raíces, y estos eran principios buenos y puros. Eso no significaba que pudiera vivir bajo tales raíces o crecer de acuerdo a su demanda, pero las raíces eran las raíces, y las raíces eran algo bueno. Nadie conseguiría convencerlo de que la mala hierba tiene raíces también, o que el primer síntoma de un diente flojo es algo podrido, degenerado en lo profundo de las encías. Las raíces eran la salvación, la soga arrojada a los hombres en peligor de ahogarse para Salvar Sus Almas. Y entre más flotaba Samad hacia el mar, atraído a sus profundidades por los cantos de una sirena llamada Poppy Burt-Jones, más determinado se sentía a crear para sus hijos raíces en la orilla, raíces que ninguna tormenta o barca podría arrancar."

Llegué a Zadie Smith a través de varios artículos en Brain Pickings, una página a la que le doy una vuelta de vez en cuando. Aquí están sus diez reglas para escribir (que no sigo, pero la número diez me gusta mucho) y aquí su ensayo sobre los dos tipos de escritores. Todo en inglés.

lunes, 13 de junio de 2016

Eco (experimental)

Ideas sin patas, patas que no saben a dónde ir, ¿qué es peor?
Silencio que nace de la confusión personal, debería ser al contrario:
el grito, la caminata.
Pelar las capas de la cebolla,
llegar al Centro del Universo.
Todo está dicho
la verdad atrapada en el laberinto/amasijo/océano/cementerio de palabras.
¿Momento para el ensayo, en lugar de ficción sin sentimiento o lirismo repetitivo?
¿La tabla de salvación?
Capitalismo, feminismo, justicia.
anarquía.
Yoga
Medio ambiente.
Vuelta a las raíces,
a las cuevas.
¿Sin libros?
¿El arte apenas una danza a la luna?

Háblase de los sueños, una isla remota, sí, lejos de todo, incluyendo librerías y cafés, únicos oasis posibles en una civilización degenerada. Una isla y los niños van descalzos, las ancianas escupen en el suelo dejando la tierra húmeda. Lo feo es humano. 

Idealistas.

¿Es posible el arte sin la civilización, la destrucción...
de los elementos,
de los pulmones del minero tapiado,
de los sueños de una prostituta en Cambodia
del futuro del niño que recoge cacao en África?
¿Qué hacer desde esta esquina?
Renunciar
Tomar una bandera, hacerse vegetariano, monje budista
portavoz
incendiario.
Instalar molinos.
Adoptar un niño.
Sembrar árboles.
¿La tabla de salvación?
libros
jardines en macetas de plástico
DIY
diarios
un atisbo al cielo, sin final.

jueves, 9 de junio de 2016

La muerte de Honorio, Miguel Otero Silva

Sin duda hay cierto grado de masoquismo en el acto de abrir un libro que entrega en el título la amargura de su final. La novela ocurre en la dictadura perezjimenista y abre con cinco presos políticos en una avioneta que vuela desde los calabozos de tortura de la Seguridad Nacional, con presunto destino a Guasina, infame cárcel de la que no había regreso entonces. Una ventanilla de esperanza se abre con el aterrizaje en otro lugar, la cárcel de Ciudad Bolívar.

En la oscuridad del nuevo calabozo, delirantes de cansancio tras la tortura, los reos entablan conversación. No son presentados al lector con sus nombres: son el Tenedor de libros, el Médico, el Periodista, el Capitán y el Barbero. En los diálogos se deja ver que en una cárcel política nace cierta solidaridad de la tragedia común, y es reconfortante compartir las experiencias. Sin embargo, es naturaleza masculina reservar para sí el mundo interior de la memoria y la emoción. La comparación entre lo que cada personaje realmente piensa y lo que decide revelar -incluyendo cómo se han convertido en perseguidos políticos- es lo que define sus naturalezas. En un extracto sobre el Periodista:

"-Asuntos de índole privada? ¿Quieres decir una mujer? -interrumpió inesperadamente el Barbero.

-Quiero decir una mujer, por supuesto.

(¿Pretende acaso el Barbero que yo me ponga a contar con pelos y señales mis aventuras amorosas? ¿Ignora el insensato que llevar a conocimiento de terceros los asuntos que han pasado entre uno y una mujer es indignidad sólo comparable a la de denunciar a alguien frente a la policía? [...] Mis llamadas a ese número dan origen a un idilio que no se borrará jamás de mi mente en virtud de un inolvidable detalle: que la perfumada señora me enseña a fornicar como Dios manda, o no precisamente como Dios manda sino como corresponde a un hombre civilizado. Su nombre es Fanny, pero yo la llamo Salomé al no más quitarse la ropa.)"

Estos descansos en los momentos íntimos de cada personaje, si bien algo románticos, son un paréntesis necesario porque no es fácil adentrarse en la barbarie de una cárcel. Y menos aún cuando establecida la amistad entre reos, aparece Honorio. Honorio la inesperada tabla de salvación. Nada prepara al lector para el horror de descubrir quién resulta ser este personaje.

La muerte de Honorio es un libro que refleja con mucho refinamiento la complejidad de la mezquindad humana. Y no estoy hablando de El Mal en su sentido épico, del tipo los malvados gobernantes dictatoriales vs. el pobre pueblo que ha sufrido abusos y represión; estoy hablando de gestos mínimos en gente ordinaria, que toma café por las mañanas, charla con los vecinos, se cepilla los dientes antes de dormir, en fin, nosotros mismos, la gente decente de por estos lados, los mismos que nos definiríamos esencialmente -frente a los otros, frente al espejo- como buenas personas.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Agenda

Esta mañana -he pasado una noche amarga- es imposible mirarme al espejo. En cambio abro la gaveta. Tantas chucherías: rosas, mariposas, ámbar, perlas, un corazón de bronce en miniatura, anatómicamente correcto. Está también un anillo viejo; nunca me ha gustado, papá nunca ha entendido mis gustos pero es un recuerdo de días felices de hacer las paces y aprender a vivir con las rarezas del otro. Han pasado casi veinte años y hoy me hará bien ponérmelo.

La niña irá a la escuela (lleva alas de mariposa y cartulina verde; en un par de días iremos a aplaudir su versión teatral de la Creación). Reza mucho la niña, y regresa preguntándome si en la escuela visten de blanco porque de ese color se viste uno para ir al cielo.

Después del bullicio habrá entonces que visitar el pequeño jardín, rescatado de la sequía: ahora las plantas viven en la sombra y beben de mi propia botella (mi sed es otra cosa). Algunas parecen un poco tristes, pero están vivas y ya con eso les bastará, no estoy segura de sus deseos.

Mi casa es por ahora un esqueleto de acero esperando sus paredes de madera, pan en el horno, flores en los jarrones, cenizas escondidas en cierto rincón.

¡Ah, la alegría de la casa! Habrá agua y de este manantial hecho a máquina beberán todos, a razón de dos galones por familia, mientras nos llega la lluvia…

Pero eso no es todavía.

Esta tarde vendrá L. para almorzar. También quiere casa nueva, una que resuene con la tierra, earthy, dice. Es gringa, L., y odia serlo: es una hippie a destiempo que viste estampados sureños, escucha folk y tiene un cuarto lleno de tapices hindúes que no combinan. Es muy tierna, L., en su deseo de salvar el mundo y a mí me despierta cierto instinto maternal.

Luego volverá la niña sin tareas, sin horas que contar, y querrá terminar sus casitas de cartón. Las ha cortado muy torcidas y ha dejado grietas en techos y paredes, pero me conmueve que la felicidad infantil pueda caber  allí y no me queda sino sentarme con ella a pintarlas y hacerles jardines de cayenas arrancadas de las plantas del patio.

Se irá después la niña a jugar con su amiguita en la casa calle abajo.

Tal vez en la soledad -sólo tal vez- me visite la melancolía, pero para entonces la belleza del atardecer será inminente y teniendo un balcón de primera fila sería un crimen no hacerme testigo de la hora.

domingo, 17 de enero de 2016

Geografías

Con la luz del sol
se derriten mis alas
sólo encuentro en la oscuridad
lo que me une
con la ciudad de la furia... *

En el espacio de la memoria —o del deseo— es de noche, y hablamos de Cortázar, Quiroga, Borges (yo confieso con rubor que no lo he leído), y Monterroso, y Benedetti que no me gusta.

—¿Oye, y has leído algo de Roque Dalton?

No; se hace el silencio y no importa. Se está bien bajo el cielo oscuro, en un café a las puertas del museo cerrado. Conjuro versos:

También mi sangre bulle
y río por los ojos 
que han conocido el brote de las lágrimas **

La lengua extranjera de mi hija conjura en cambio el presente; es de día y pasamos un puente sobre el mar. Me habla ella de juegos, animales que hablan, se transforman en otro, y 

—Pero mamá, baja el volumen, así no te puedo contar.

 El reino es otro, la magia es distinta. Yo me entrego sin preguntar. La felicidad no puede andar cogida de la mano con los demonios, no, no, porque entonces ya no es felicidad, o es la felicidad triste de mirar una ciudad desde el balcón y preguntarse si más allá hay otro también contemplando la noche, navegando estrellas. No le busco las cinco patas al gato poético, al que le gusta maullarle desventuras al insomnio. No; la felicidad es otra cosa, tal vez una bestia que duerme, un libro cerrado, un árbol que no sabe de sí. En fin, es de día, y mi hija y yo somos dos aves que se llaman en la selva de sus sueños. Es simple.

* La ciudad de la furia, Gustavo Cerati.

** Como tú, Roque Dalton.