lunes, 30 de abril de 2018

Naturaleza Muerta



metras o canicas
china
A Joaquín el llanto contenido, fijo en las pocas canicas que le quedaban en las manos, le hizo borrosa la mirada. En ese espejismo de lágrimas anegadas en los ojos, sus preciados trofeos convertidos en prisma se parecían al agua de la playa corriendo entre sus dedos.

De tantos juegos ganados con pulso de cirujano, contra los segundos después del timbre de final de recreo, contra niños más grandes, contra el regaño por los pantalones domingueros sucios de tierra, esto era todo lo que ahora quedaba. ¡Sebastián, que en todo metía sus narices! ¡Sebastián, que igual no sabía ni qué hacer con las canicas! Joaquín estaba harto del cuento aquel, según el que un hermano mayor siempre debe cuidar del menor, compartir con él, protegerlo de los bravucones, ayudarlo, enseñarlo a hacer cosas de niños más grandes, como trepar un árbol, disparar chinas, hacer que las piedras reboten al tirarlas al agua. ¡Eso, eso era! ¡Ya que no podía tenerlas en paz, se iría a la playa a botarlas todas, todas! Las puso en su vieja lata golpeada y allí las dejó, en espera del momento oportuno.

En la tarde lo hizo. Llegó a la playa, que no era arenosa; su orilla estaba poblada de guijarros mezclados con conchas de caracoles y trozos de corales que ya habían perdido su filo por el paso del tiempo, las aguas. Joaquín puso la lata no muy cerca de la orilla a sabiendas de la marea que subía, y el leve tintineo de las canicas le hizo eco al crujido de las piedras bajo sus pasos.

Recogió la primera canica con un ensayado gesto distraído, acariciando su redondez antes de arrojarla. Sin llegar a alzar el brazo la dejó caer en la lata y agarró, en cambio, una piedra que alcanzó buena distancia en el agua. Más allá venía flotando uno de esos maderos caídos del manglar. Joaquín lanzó otras piedras y se dedicó a pensar en lo que podía hacer con aquel madero, en un esfuerzo por retrasar la partida de sus canicas. ¿Algunas chinas? ¿Un garabato para colgar sus cosas fuera del alcance de Sebastián? Decidió nadar y traerlo a la orilla para revisarlo bien y decidir.

A medida que se acercó descubrió que no se trataba de un madero, sino de una muchacha que flotaba sin vida, las algas de su cabello oscuro envolviéndole la cara. Debía ser tres o cuatro años mayor que él, los labios entreabiertos entregándole sus secretos a las aguas. Joaquín se quedó inmóvil, paralizado entre el terror de la muerte y la belleza del cuerpo joven: las curvas de los senos y caderas, la seda del vello púbico.

Jamás había visto a una mujer desnuda.

Las aguas continuaban su ascenso, trayendo a la muchacha más cerca de Joaquín, y sólo la posibilidad de ser alcanzado por aquella mano fría lo hizo reaccionar, nadando como sólo se puede nadar en pánico: torpemente, demasiado rápido para el corazón, demasiado lento para la percepción. Llegó a la orilla con las piernas temblorosas, a tropezones, mirando atrás cada cierto tiempo para encontrar siempre la misma visión, y gritando auxilio con una voz nueva que aunque pregonaba la muerte, anunciaba vida. Nadie andaba por aquellos lados, y tuvo que echar a correr. Las canicas se quedaron atrás, olvidadas a merced de la marea.

Nota: En Venezuela las "canicas" se llaman "metras"... pero "canicas" me sonaba más rico, por eso  decidí usarlo :) De las "chinas" no me sé otro nombre...

jueves, 19 de abril de 2018

Ausente

Puedo estar triste,
ser una con el silencio de la noche,
venir insomnio y espada en mano
a enfrentar dragones
que de humo y de sombra
no son por ello menos fieros.

Puedo
comulgar en esta pira milenaria,
encontrar dioses en
la sinfonía de las cenizas.

Puedo
recorrer el mundo ignoto de objetos,
historias de un tiempo en el que yo no era verbo,

seguir sin serlo.

lunes, 9 de abril de 2018

Lecturas de marzo

Nunca hablo del llano de mi infancia, tal vez porque no puedo traducir los nombres de El Silbón, María Lionza o Vicente Cochocho o palabras como sabanear, guásimo o cabrestrero; al menos no invocando el mismo sabor en los labios. Y digo esto consciente de que el tema de la nostalgia del inmigrante siempre me ha parecido cliché, forzado, cursi, lo confieso. ¿Qué es, entonces, esta incertidumbre del pulso que ha de escribir sobre mis lecturas de marzo?


Doña Bárbara me trajo el inmenso placer de la visita a los mastrantales; la superstición del llanero; la memoria de la sabana larga, larguísima en los días de lluvia. 

Sin embargo la trama, que gravita alrededor de tierras sin otras leyes que la corrupción, la ignorancia y el uso de la fuerza, me dejó otro sentimiento. El ambiente general de la novela y sus personajes me parecen decimonónico, o en todo caso del temprano siglo XX. Pero, ¿ puede decirse que sigue siendo esta la realidad? ¿Ha dejado de serlo en algún momento? ¿Doña Bárbara seguirá hablándole a las próximas generaciones de lectores en las escuelas o fuera de ellas? Me inclino a pensar que no, sobre todo después de ver de reojo la versión que hizo (destrozó, profanó)TeleSur... 

A pesar de que el tema está relacionado con la trinidad de corrupción, ignorancia y leyes ornamentales, en la colección de cuentos de Los Funerales de la Mamá Grande (escritos en tiempos más cercanos), Gabo tuvo la astucia de abordar el tema como un asunto histórico, ya ubicado en el pasado, y creo que eso le da a su colección de relatos mejor chance de supervivencia. Disfruté mucho con la ridícula pomposidad de estas tierras nuestras que, siendo no más que hatos cafeteros, bananeros y azucareros, soñaban con emular el lejano esplendor de los espejos del Palacio de Versalles. Mi parte favorita del relato, que le da título a la colección, es la enumeración del patrimonio moral de la Mamá Grande... y el hecho de que siendo una una matrona, es también virgen.