A propósito de Notre Dame
Arderán las catedrales con sus techos y vitrales, sus cirios y murmullos: se vendrán abajo con la fe de sus creyentes.
Una mujer parirá con dolor, y la enfermera le dirá con voz grave: c’est la guerre, madame; ella acunará a su criatura tibia en comunión con la vida, haciendo oídos sordos a las malas nuevas.
Se derrumbarán los imperios de sal y piedra, besarán el piso las copas de los árboles con su carga de frutas y el viento pasará silencioso sin el rumor de las hojas; nacerán nuevos caminos del vientre negro de la tierra, y en ellos echarán a andar anónimos pasos a través de los siglos.
En alguna fiesta una muchacha será hermosa, muy hermosa, por virtud de su juventud: bailará despreocupada y ajena, y los que la observan pensarán en la alegría de estar vivos.
Se apagarán las luces, amanecerá, alcanzará el sol sus cénits y contarán los hombres sus equinoccios y solsticios.
Habrá un niño repleto de asombro en los ojos y los labios; habrá un anciano con los pies curtidos de andar: ambos hablarán el mismo idioma y echarán la risa a volar ante el desconcierto de las gentes de bien.
Un día las cosas tendrán sentido para algún bianeventurado, profeta o moribundo.
Ocurrirá todo en un futuro no muy lejano, habrá ocurrido ya en el pasado, será el presente de algunos en un universo en espiral, en silencio, en mapas imposibles dibujados con la tinta del hombre que se pregunta.
Seguirán naciendo los niños, los pájaros, las estrellas, la poesía.