domingo, 20 de diciembre de 2015

Cuando quiero llorar no lloro, Miguel Otero Silva

 El rebelde, ¿nace o se hace? El libro abre con el recuento de los hermanos Severo Severiano Carpóforo Victorino -así, sin comas, los cuatro una entidad- el día de sus respectivas muertes a causa del catolicismo que profesan en pleno imperio romano. La historia de estos hermanos se entrelaza con los jocosos decretos filosófico-políticos del emperador Diocleciano, pronunciados en tono coloquial, sin recato alguno y que bien suenan a conversación a puerta cerrada entre gobernantes corruptos del siglo XXI. En apenas dos diálogos Otero Silva deja clara la naturaleza de los cuatro hermanos:

"—¡Deponed las armas! ¡Estáis detenidos! –grita el comandante de los pretorianos.
–¡Hágase la voluntad de Dios! –dice Severo.
–¡En sus manos encomiendo mi espíritu! –dice Severiano.
–¡Venga a nos tu reino! –dice Carpóforo.
–¡Idos a la mierda! –dice Victorino."

El martirio de los hermanos se disuelve lentamente en las oraciones de Consuelo, una comadrona en plena labor de ayudar a Mamá con su parto dos mil años más tarde. Madre y Mami están también dando a luz el mismo día, domingo 8 de noviembre de 1948. Del santoral del calendario cada parturienta elige un nombre para su hijo, y es así como nacen los tres Victorinos: Pérez, Perdomo y Peralta, cada uno perteneciente a diferentes clases sociales. La historia es construida en base a la muerte de los tres, el día en que cumplen 18 años.

En cada Victorino existe el germen natural de la rebelión, que se desarrolla según las circunstancias de cada uno, y la naturaleza del desafío a la autoridad también tiene distintos motivos. Para Victorino Pérez es un asunto personal: convertido en un delicuente de poca monta, es presa del rencor después del abandono de su padre, el odio gratuito de su padrastro y la miseria de la cárcel antes de alcanzar la mayoría de edad.

Para Victorino Peralta, un muchacho de clase acomodada, la rebelión adquiere en cambio un tono de burla. Sus pequeños delitos quedan sin castigo y los comete por diversión, sencillamente porque sabe que puede, porque en su mundo el dinero todo lo compra y él desde muy temprano lo comprende.

En Victorino Perdomo, de clase media, la rebelión tiene cierto tinte de justicia social. Hijo de un comunista apresado, es motivado a desafiar el status quo a través de la acción, considerada delictiva a los ojos del sistema. Finalmente los tres Victorinos llegan por distintos senderos al mismo destino, y sus huellas no son sino el retrato de una realidad social aún presente en Venezuela. Me atrevería a decir que la muerte de Perdomo incluso llega a convertirse en una denuncia a los crímenes cometidos por los gobiernos de todo el mundo a lo largo de la historia.

En una historia paralela, la autoridad del siglo XXI no parece guardar gran diferencia con la del imperio romano, he ahí la similitud de voces en el discurso de Diocleciano y Don Jacinto Eulogio:

"...Y si el día menos pensado cae el gobierno, lo derroca un cuartelazo como suele suceder, a la media hora bajan las turbas de los cerros, ansiosas de saquear la biblioteca del ministro de Relaciones Exteriores y de orinarse en sus Utrillos y en sus porcelanas chinas. Amigo del gobierno siempre, ministro jamás. Tal sería el emblema que orillaría los flancos de mi escudo, si en nuestro país se acostumbraran esas güevonadas heráldicas."

El recurso del humor ha sido explotado hasta el cansancio en la literatura venezolana llegando a saturar al lector, pero el sarcasmo en Otero Silva tiene un refinamiento exquisito que el autor sabe usar en la medida justa . En mi opinión la calidad de sus alegorías no se ha vuelto a repetir, lo que me hace querer explorar el tono de sus otros trabajos, todos ellos emblemáticos de distintas épocas en la historia de Venezuela.