martes, 1 de mayo de 2012

Minerva insomne


El miércoles en la noche hubo un ventarrón tan malo que Troy no pudo hacerse a la mar y Mine estaba aterrada con el silbido en las ventanas. En un oportuno acto milagroso, del fondo de mis memorias infantiles, lleno de telarañas y deforme por el olvido, saltó heroico el pajarito de la patita quebrada:

Mine, ¿sabes que una tarde de tormenta un pajarito se paró en una rama donde había cera? Cuando quiso volar al rato, no pudo: se le había quedado la patita pegada a la rama. "Suéltame, rama" -dijo el pajarito. "No soy yo; es la cera que está dura y necesita que el sol la derrita" -dijo la rama.

Para no hacer el cuento largo, hubo llamados consecutivos: primero a la lluvia para que dejara de caer, luego a las nubes para que se fueran a otro lugar y de último al viento para que empujara a las nubes y dejara salir al sol. El viento lo hizo feliz de la vida (eso sí, esta parte la hice imitando el silbido macabro en las ventanas) y el pajarito se pudo ir volando. No sé qué le cambié al cuento original porque en esta versión no había de hecho ninguna pata rota.

Mine se rió y ni se fijó, pero a la hora de irme me pidió otro cuento sobre el viento.

¿Sabes, Mine, que una vez de la espuma del mar nació una princesa en una concha? Era mágica, así que cuando salió del agua estaba seca. Pero también estaba desnuda. Cerca de la princesa había una mujer con un velo que no estaba usando y lo tenía en la mano. Céfiro, que era el nombre del viento, lo vio y decidió hacer una travesura: sopló y sopló (con sonido macabro) hasta que el velo salió volando y vistió a la princesa...

Ah... la deliciosa licencia poética que otorga la maternidad...

Con intervención de Mine, Venus en su nacimiento terminó convertida en sirena. ¡Mi niña se durmió tan feliz!

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