viernes, 29 de noviembre de 2013

jueves, 28 de noviembre de 2013

Ha llovido

Ha llovido durante casi dos meses seguidos, ahora sí estamos preocupados. Mi mujer reza a menudo, pero desde que no hay electricidad se ha guardado las velas para la noche. Es detallista mi mujer, la semana pasada se puso -y me puso- a sacar de las gavetas más bajas fotos, cartas, cuadernos viejos de los hijos, ese tipo de cosas, y ahora están en la mesa con los zapatos y lo demás. El agua ya nos llega a las pantorrillas.

Los primeros días nadie se alarmó, nadie comenzó a marcar el comienzo de nada, era un día húmedo, es todo. La lluvia era muy fina, casi invisible y se podía lidiar con ella como de costumbre, o sea con paraguas, periódico o indiferencia. Pensionados en la casa mi mujer y yo ni siquiera nos dimos cuenta. Nos inundó entonces la primera tormenta.

-Pedro, que te lo dije y no arreglaste la goma.

La lluvia se estaba metiendo por la ventana y chorreaba por la pared, un lagrimón enorme y sin sentido de vergüenza. En el piso se empezó a formar un charco. Mi mujer se puso -y me puse- de rodillas a secar el piso. Es cuidadosa ella, hace estas cosas sin salpicar a nadie, mucho menos a sí misma; es cuidadosa pero está cansada e ignora que la observo.

Al día siguiente el cielo estaba azul, había sol pero aún llovía, nadie podía explicárselo sin nubes en el horizonte. Había un arco iris, dos, siete, veinticuatro, ya luego me aburrí de contar pero era una maravilla no ver a mi mujer asustada, con aquellos ojos que cuando se hunden se hacen más negros y me hacen pensar que el infierno está detrás de la próxima puerta abierta. Estaba hermosa mi mujer, no pensaba en los pies mojados del universo y era feliz así.

Volvieron las nubes. Ha caído la lluvia en torrentes o en una neblina casi invisible y no ha escampado desde septiembre. Es difícil agarrar calor, no tener dolor en los huesos, no pensar en el mito de una vejez plácida. El mundo se empapa, algunos tienen miedo y claman a Dios, otros maldicen pero a su modo es también un tipo de fe. Mi mujer cuida la casa, espera a los hijos que están lejos, se ocupa del orden con unos ojos más negros que nunca. Tendría que abrazarla y acompañarla en sus rezos, pero de momento no puedo separarme del abismo de la ventana.

*

Este es mi ejercicio del mes para el blog Adictos a la Escritura. El tema: Yo. La idea es escribir un cuento en primera persona pero usando la voz del sexo opuesto.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Agua, Perro, Caballo, Cabeza, Gonçalo M. Tavares

Tanto el fondo como la forma son una novedad para mí —nunca he leído nada en un estilo remotamente parecido— y me alegra haberme acercado al libro con ingenuidad. He resistido documentarme e irle a poner un marco a la obra, llamarla anti-anti-post-modernista (le dejo los nombres a los académicos) o alguna cuestión así (ahora existe el anti-anti-arte, me enteré hace poco). Me he resistido a indagar en la vida de Tavares y explicarme lo del tema de la muerte con algún trauma infantil. He querido leer el libro desnudo, sin otra interpretación que la de mi propio instinto.

Bien, la muerte. Está pisándonos los talones, asomándose sobre nuestro hombro, lo tengamos presente o no. La vida es miseria; ésta no es lectura para temperamentos sensibles. Tavares lo deja bien claro y sin adornos a lo largo de este conjunto de cuentos (o fragmentos o fragmentos de cuentos, en eso todavía no me he decidido).

Una línea, un momento, un gesto mínimo en una historia aparece mencionada como una casualidad en otra y esta dinámica le da al grupo la unidad de un panal, cada insecto a lo suyo, tal vez rozando las alas de vez en cuando sin pedir disculpas y luego la muerte. Nótese que no existe espacio suficiente en las historias o personajes lo bastante desarrollados como para usar la metáfora de una ciudad o al menos las ventanas de un edificio, a pesar del aire urbano del texto. Tal vez el efecto se debe a la economía de palabras —llevada aquí al extremo en el "lirismo seco" de la prosa de Tavares, como lo pone la editorial— o a la ausencia absoluta de justificaciones, introspecciones, introducciones, transiciones, cierres.

El tema del presente se nos ofrece como en el trayecto de un tren que alterna túneles y exteriores a un ritmo determinado: sólo experimentamos el cuento en la inmediatez de una imagen concreta, a menudo punzante, y que pasa ante nuestros ojos a una velocidad en la que es difícil recurrir al prejuicio. Hay entonces un brevísimo momento para darle sentido (a veces sin lograrlo) y acto seguido aparece la próxima imagen, el próximo cuento, hasta que se logra construir un todo más bien imperfecto (cualquier parecido con la vida es pura coincidencia). No hay un punto de partida o un punto de llegada; sin embargo al final de la lectura queda la vaga sensación de haber hecho un viaje.

Mi impresión es difusa pero positiva. Tengo una esfinge en mi biblioteca —con todo lo que tiene de monstruosa— y qué cosa, necesito conversar con ella a pesar del riesgo de ser devorada. Agua, perro, caballo, cabeza me pareció bastante desconcertante, en el mejor de los sentidos. En el libro he encontrado una cajita de Pandora que en lugar de darme respuestas, me ha dejado preguntas y de alguna manera lo que hay de irresuelto en mí, en mi mundo y mi percepción de él, encuentra un recordatorio en estas líneas. Más allá de la literatura, ¿cómo se enfrenta uno a estos asuntos?

lunes, 18 de noviembre de 2013

Presente perfecto

Hablo de las horas que se nos desmayan sobre el escritorio o llueven sobre sobre nuestras cabezas preocupadas (la cena lista, el banco cerrado, el clima está horrible). Hay horas que nos pasan por encima y las que están por llegar, esas que esperamos, las de allá, sólo pueden hacerlo a costillas de estas otras, las de acá, más cercanas, inconmensurablemente más cercanas, con las que aún no creamos lazos amorosos, imposibles de aflojar. Son horas que nos viven con silencio, con sal y a veces hasta con piedad: horas de las que no siempre merecemos el luto.

viernes, 15 de noviembre de 2013

La muerte de la polilla y otros ensayos, Virginia Woolf


 El libro como tal no parece tener una división formal, digamos por tema o en orden cronológico, pero cándidamente me atrevería a dividir estos venitiséis ensayos en tres grupos.

En el primero están los textos que demuestran el cultivo de la lectura por Woolf, y cuyo tema principal es la vida y obra de diferentes autores: Henry James, Shelley, Coleridge y otros. Con toda honestidad, como desconozco los trabajos y biografías de los personajes mencionados, no logré sacar mayor cosa de estos ensayos, excepto un par de notas sobre el género de la novela y una que otra anécdota curiosa por aquí y por allá.

Luego está el segundo grupo, en el que Woolf expresa ideas sobre literatura. Me gustan porque son un buen punto de partida para la comparación y el desarrollo de ideas propias sobre los temas (más de una vez me encontré asintiendo, completando o protestando frente a alguna afirmación). Craftmanship resalta como una deliciosa disertación sobre el límite de la palabra.

En el tercer grupo están mis ensayos favoritos; los temas son variados y van desde la muerte de una polilla, hasta ideas sobre la paz, pasando por teatro, arte, antigüedades, feminismo o simples observaciones sobre un paseo. Son situaciones e ideas con las que es fácil identificarse y los textos tienen la prosa hermosa e impecable de esta escritora.

Street Haunting me dejó una impresión particular porque aquí Virginia Woolf se detiene a narrar el encanto que tiene entrar en una librería de segunda mano, las posibilidades que representa cada libro en el estante, el romanticismo que produce abrir un libro con el que alguien ya ha imaginado antes...

Toda persona que ama la lectura debe ser capaz de absorber completamente la atmósfera del texto.

Después de esto último, ¿qué más puedo decir?

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Si volviera

a mi tierra y quisiera comprar cien de pan ya no podría. La moneda ni siquiera existe; tendría que usar otra. ¿Y qué se pide, cuál es la pregunta nueva? ¿Se compra por kilo? ¿Por unidad, diez, doce panes? ¿Una bolsa mediana, pequeña? Ya ni mis manos son las mismas y no sirven para las medidas.

En el mostrador habría talvez un hombre más bien cansado y al no reconocerme se le ocurriría el resentimiento: extranjera, miedosa que a estas alturas de la vida todavía se asusta de la sangre.

¿Habría perdido el instinto, este lugar es seguro, este otro no? La soledad oscura de la Costanera estaría cambiada por una hilera de casas; habría luces que solamente pueden asustar a los fantasmas y algarabía de niños que no miran al rostro que pasa.

Habrían cambiado las leyes y la etiqueta y la moral, como la última vez: a improvisar chaqueta, camisa, manta y cubrirse los hombros antes de entrar al hospital, mientras en su cama la hermana muere a tiempo, sin pase de salida o sello oficial, desnuda de hombros y razones, y más que todo eso, sola.

Si volviera a mi país tendría miedo de las calles y las calles, obstinadas, nada me dirían. Si volviera y quisiera comprar pan, ya no podría.

domingo, 10 de noviembre de 2013

martes, 5 de noviembre de 2013

Baila, Baila, Baila -Haruki Murakami

 Es oficial. Me reconcilio con Murakami. Después de haber leído "El elefante desaparece", perdí todo interés por este autor a pesar de las buena reseñas y la controversia. Ahora bien, Dana de El cuaderno azul dejó una entrada deliciosa en su blog hace algunos meses y de ahí decidí darle una segunda visita.

El protagonista tiene un sueño sobre su ex-amante Kiki y decide regresar al pequeño hotel donde pasaron algún tiempo juntos. La muerte y lo sobrenatural se mezclan lentamente en la historia de un hombre que no sabe a dónde va y no tiene en realidad mucho que perder.

¿Será por vivir en una isla pequeña? Leer "Baila, Baila, Baila" me ha dejado una nostalgia intensa por la vida en la ciudad, el asfalto, las luces. He disfrutado mucho el andar del protagonista (creo que nunca mencionó su nombre), su ir y venir por las esquinas, parques y vecindarios de Tokio. Y están por supuesto, todas las referencias a la música que va dejando Murakami y le dan atmósfera a ciertas escenas (lo de Boy George me dio mucha risa, ya que estamos en el tema).

Los personajes son absolutamente dispares pero están bien construidos y el hilo que los une es convincente (puntos adicionales a Murakami por hacer de este hilo un asunto surreal sin nombre). La adolescente Yuki y su conflicto interno tienen gran fuerza y son fáciles de creer; me encanta la dinámica entre su actitud cortante y la absoluta ineptitud emocional del protagonista. La tensión entre ambos es constante -más de una vez pensé en Lolita- y siempre se está leyendo en espera del desenlace.

La historia corre por dos hilos paralelos. El surreal es difícil de seguir (después de todo los sueños y las visiones no son lógicos, no tienen orden cronológico, formas definidas, eventos específicos). El hilo real del día a día es cotidiano, sin romanticismos ni profundos diálogos internos y Murakami tiene sin duda el mérito de demostrar la rutina de un hombre gris, ordinario, sin aburrir al lector.

Después de terminar el libro me enteré de que es la segunda parte de "Wild Sheep Chase". A mí me funcionó bien como lectura independiente. Creo que por ahora, dada mi experiencia, indagaré en las novelas y me quedaré al margen de los cuentos.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Para cavar

Para cavar un hueco en la memoria
no bastan las manos
ni la sangre
ni la savia;
para dejar un hueco limpio,
sin llenarse de tierra, sin sudar bajo el sol
y sentir los labios resquebrajarse con la sal
es necesaria una dosis de locura,
vidrios rotos,
aguas bajo el puente.

Para no tener pico, pala ni uñas
se necesita lo invisible,
se necesitan herramientas
de aire nocturno,
pesadillas ignoradas,
cenas de exabrupto,
ajenidad, descontexto
y otros calificativos.

Para cavar un hueco en la memoria
haría falta más de una línea;
más de un desencuentro,
faltaría,
certera,
la inminencia del alba.