miércoles, 30 de marzo de 2016

Agenda

Esta mañana -he pasado una noche amarga- es imposible mirarme al espejo. En cambio abro la gaveta. Tantas chucherías: rosas, mariposas, ámbar, perlas, un corazón de bronce en miniatura, anatómicamente correcto. Está también un anillo viejo; nunca me ha gustado, papá nunca ha entendido mis gustos pero es un recuerdo de días felices de hacer las paces y aprender a vivir con las rarezas del otro. Han pasado casi veinte años y hoy me hará bien ponérmelo.

La niña irá a la escuela (lleva alas de mariposa y cartulina verde; en un par de días iremos a aplaudir su versión teatral de la Creación). Reza mucho la niña, y regresa preguntándome si en la escuela visten de blanco porque de ese color se viste uno para ir al cielo.

Después del bullicio habrá entonces que visitar el pequeño jardín, rescatado de la sequía: ahora las plantas viven en la sombra y beben de mi propia botella (mi sed es otra cosa). Algunas parecen un poco tristes, pero están vivas y ya con eso les bastará, no estoy segura de sus deseos.

Mi casa es por ahora un esqueleto de acero esperando sus paredes de madera, pan en el horno, flores en los jarrones, cenizas escondidas en cierto rincón.

¡Ah, la alegría de la casa! Habrá agua y de este manantial hecho a máquina beberán todos, a razón de dos galones por familia, mientras nos llega la lluvia…

Pero eso no es todavía.

Esta tarde vendrá L. para almorzar. También quiere casa nueva, una que resuene con la tierra, earthy, dice. Es gringa, L., y odia serlo: es una hippie a destiempo que viste estampados sureños, escucha folk y tiene un cuarto lleno de tapices hindúes que no combinan. Es muy tierna, L., en su deseo de salvar el mundo y a mí me despierta cierto instinto maternal.

Luego volverá la niña sin tareas, sin horas que contar, y querrá terminar sus casitas de cartón. Las ha cortado muy torcidas y ha dejado grietas en techos y paredes, pero me conmueve que la felicidad infantil pueda caber  allí y no me queda sino sentarme con ella a pintarlas y hacerles jardines de cayenas arrancadas de las plantas del patio.

Se irá después la niña a jugar con su amiguita en la casa calle abajo.

Tal vez en la soledad -sólo tal vez- me visite la melancolía, pero para entonces la belleza del atardecer será inminente y teniendo un balcón de primera fila sería un crimen no hacerme testigo de la hora.