jueves, 30 de agosto de 2012

Oriana



Cada cierto tiempo el recuerdo de Oriana me ha tocado el hombro levemente. Alguna vez incluso llegué a pensar románticamente que no teniendo hija, mi hija tenía ya un nombre.

Debía tener unos diez o doce años la primera noche que me enteré de esta película, que estaban pasando en la tele. No bien apareció Oriana tocando el piano, mis padres me mandaron a dormir. Muy tarde pues, porque aunque yo no sabía de Chopin, el agua de aquella música ya había partido la piedra.

Hoy me encontré con la grata sorpresa de que la película está disponible en Youtube.

Doris Wells está deliciosa con su paz sobrehumana bajo la luz sepia. La casa colonial me llevó al campo, a las casas vecinas de mi abuela en San Juan, con sus hamacas, sus helechos y mis suspiros por volverme su dueña un día. Me vi a los doce años, en el patio, imaginándome ser María Eugenia Alonso confinada en San Nicolás. El vestuario, el blanco impráctico de María a todas horas me recordó a las niñitas de Piedra Azul. La música me llevó a aquella noche de sueño temprano. 

Bien, esta noche sí me entero de qué va el cuento.

A Teresa de la Parra le hubiera gustado esta película. Me parece que como Ifigenia, se trata de lo que no se dice —y el lirismo de lo que sí se dice—.

He conseguido infinitas reseñas, no voy a añadirle más laureles a una película que ya los tiene.

Me he conseguido también que la película está basada en el cuento “Oriane, tía Oriane” de la colombiana Marvel Moreno y que es una absoluta delicia de leer. Este es uno de los poquísimos casos en los que la película es no solamente fiel al texto sino tan o más hermosa que el texto. Habría que leer a esta escritora, hay decenas de tesis sobre su discurso. ¡Ya estoy muy curiosa!

Hacía tiempo que no me conmovía. Aquí dejo el cuento:


Oriane, Tía Oriane


A María la asombró la casa de tía Oriane, pero sólo empezó a inquietarla cuando escuchó los primeros ruidos. Era una casa grande y silenciosa rodeada de un jardín sembrado de acacias. A lo largo de los corredores se alineaban salones y dormitorios cerrados desde hacía muchos años, con muebles que dormían sobre figuras de polvo y jirones de telarañas. Sin saber por qué, María se sentía tentada a caminar en puntillas. Por todas partes había retratos y espejos. Había gobelinos y alfombras de arabescos repetidos sin fin, y una ventana con vidrios de colores parecida al vitral de una iglesia. María no recordaba haber estado alguna vez allí ni haber visto antes a su tía. Sabía que una vez al año, la víspera de San Juan, su abuela viajaba a visitarla. Sabía que esas visitas no eran del agrado de su abuelo. Y sospe­chaba que de haberse encontrado en vida su abuelo cuando llegó la carta de tía Oriane invitándola a pasar con ella las vacaciones de julio, nunca habría venido. Sin embargo a María le había gustado tía Oriane. Desde el primer día. Tenía un aire tranquilo y unos ojos pálidos que la miraban con indulgente nostalgia. Siempre parecía contenta de verla. Siempre sonreía cuando ella entraba a la habitación donde pasaba las tardes dibujando figuri­tas junto a una ventana que daba al mar.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Irónico

pasarme esta tarde de casi septiembre mirando a la ventana, abriendo cajas viejísimas para acomodar amorosamente todos estos libros que no son míos, estando los míos tan solos.

La dueña está en Inglaterra; se fue con una o dos maletas y los habrá dejado acá, que el peso, que el tiempo, que el regreso... pero no es verdad, las raíces de los libros siempre pesan tanto que jamás se dejan arrancar.

Pienso en mis propios libros, en casa, en mamá como una leona protegiendo lo que le queda de la hija ausente.

En esta otra orilla y luego del luto debido, he comenzado otra biblioteca (en otra lengua de la que con toda honestidad no hallo el fuete).

Ah... y ya mis libros van otra vez a una caja.

Allá va Julio con Aldous, acá viene Teresa con Charles (¡y qué mal así juntos!) y por aquí está ese libro simpático de Eliot que no me he leído a propósito de los gatos...

¿Cuándo los veré otra vez?

Digo los libros, no los gatos.

Ah, el horror de la memoria, el susurro de la nostalgia.

jueves, 16 de agosto de 2012

La pluma púrpura


es algo así como las ganas de un poema, como ese verso indeciso que corona no se sabe qué y por alguna razón se queda latiendo en el borde de las cosas, sin terminar de caer. Hoy que buscaba notas en el cuaderno, me la encontré pasando la hoja… ¡y claro…! ¡si las plumas púrpura son las del Ave Fénix…!


Ahí estaba Marina con su grandísimo libro de mitología griega predicándonos, niñitas ignorantes, por qué nuestra élite de guías y subguías (¡así que esto es lo que hacían en sus reuniones de girl scouts!) necesitaba un nombre immortal y un banderín púrpura. 


En general Marina me parecía temible con su manera de azuzar el animal de la competencia que todas tan Lolitas llevábamos en potencia, y ahora me parecía todo un misterio penetrar el círculo, entrar en su casa y percibir el olor a alguna cosa tibia en la cocina, fijarme en el perchero lleno de sombreros y ropa abrigada que nadie se ponía, ni siquiera en San Antonio.


No parecía tan dictatorial ahora que leía en voz alta y hablaba de llamados de patrulla (todas susurrábamos en canto lo que se suponía íbamos a gritar después para traer a nuestras súbditas a la formación) y nos contaba de su propio campamento no hacía muchos años, de cómo había regresado sin garganta, sin uñas, sin fragancia a champú de manzana; de cómo se había divertido con los juegos, de cómo había hecho algunas trampas…


Y ahora resulta que Marina estaba llena de libros; de repente se convertía en una especie de híbrido ilógico entre la todavía vaga adolescente de uñas sucias que nos gritaba entre la tierra y la estudiante de Artes que abría el libro para iniciarnos en semejante pájaro y sus cenizas.


No recuerdo la última ni la primera vez que la vi (siempre tan importantes para la memoria). La recuerdo más bien casualmente, riéndose de mi ceguera en aquel hato de San Sebastián porque llegó arrastrándose a espiarnos entre el monte y yo, teniéndola en mis narices, no la descubrí. La recuerdo siempre enojada, siempre regañándonos y hoy día me pregunto si se habrá casado con algún novio arquitecto o tal vez comunicador social; si se habrá cortado el pelo; si será la curadora en algún museo, si se imaginará que esta tarde me la encontré en la pluma púrpura de su Ave Fénix…

lunes, 13 de agosto de 2012

los cristales lloran

los cristales lloran
otras latitudes, otro tiempo
el agua afuera

canto continuo cayendo

la hora entra en la casa
golpeando tejas monte trastes

piedra sin peso ni piso

hoy

entre los salones
sus sillas vacías y balcones

hay

crujidos breves
una que otra flor en desorden

un suspiro vago
incontable
serpenteando en el silencio

lunes, 6 de agosto de 2012

El Elefante Desaparece, Haruki Murakami


Durante todo el libro tuve la impresión de que hacia el final los personajes de cada cuento se iban a encontrar juntos en alguna escena en la ciudad: un incendio, un desfile de circo, qué sé yo. Hay algo deliciosamente tejido, algo que flota, no se dice y sin embargo está presente de principio a fin. A pesar de lo diferente de cada cuento, el tema común es la ciudad, la soledad, el microcosmos que cada quien experimenta en su pequeña parcela de concreto.

Algunos cuentos obviamente me gustaron más que otros, siendo Sleep* mi favorito (tal vez porque soy mujer, madre, duermo poco  y me gusta leer mucho). El final es crudo, muy crudo y me dio escalofrío nada más imaginarlo. Burning Barns* también me gustó por el juego mental y por la frase “extraña la desigualdad de esta oscuridad”. Punzante.

Sin embargo no mentiré. Fueron en realidad los únicos cuentos que me gustaron de la serie de diecisiete en El Elefante Desaparece. Me demoré un mundo en leer el libro porque me faltaba inspiración para seguir. Puedo lidiar con formas de escribir experimentales, pero necesito que me dejen algo: sea el lirismo, alguna reflexión, la confusión de un final contundente, la sorpresa de la novedad, un déjà vu con que identificarme, algo... y quince veces me quedé con las manos vacías. Ciertas “tramas” (me queda la duda pues en un par de casos me pregunté si había una) se me hicieron absolutamente triviales, aburridas o abiertamente rebuscadas, sin ningún sentido, significado o simbolismo —lo siento por los que aprecian a este autor, es sólo mi opinión personal—. Cuestión de gusto. Lo intenté. Me rindo. Murakami no es en realidad mi taza de té; con el elefante desapareció también mi deseo de leer a este escritor.

*Me perdonan que los cite en inglés pues fue la versión que leí. Intenté conseguir los nombres de estos cuentos en español pero no los encontré. No me arriesgué con la traducción literal porque a veces les cambian los títulos a los libros y cuentos de un idioma al otro. 

domingo, 5 de agosto de 2012

cómo se atreven

a exigirme zapatos
cabello domesticado
faldas en order con la ley

de profesión les digo
levanto polvo y cenizas

al diablo los espejos

que mis risas vayan al mundo
que sean amables con su pudor 

de cuerpo y alma

sábado, 4 de agosto de 2012

la maldición de minerva



La semana pasada vi en ABC “Big Ideas” y en esta ocasión un grupo de figuras públicas debatía sobre devolver al Partenón los frisos que se encuentran en el Museo Británico.

El grupo en contra alega que los mármoles fueron adquiridos legalmente —aun cuando la compra fue hecha mientras Grecia estaba ocupada por los Otomanes— y tan es así que los griegos jamás han acudido a un tribunal internacional a reclamar lo que les pertenece.

Establecida la legalidad y el hecho de que los mármoles le pertenecen al Museo Británico, el discurso se dirigió a los “ciudadanos universales” para preservar en Inglaterra una exhibición que es mejor apreciada “en un contexto comparativo de todas las culturas del mundo”. Lo más punzante de este discurso para mí fue la pregunta de Tristan Hunt. Si el Museo Británico devuelve los frisos a Grecia, entonces también tendría que devolver la colección egipcia y la etíope… y el Louvre tendría que devolver su Venus de Milo y el Hermitage su colección y el Museo Griego tendría que devolver sus Delacroix y Picassos…

Eso me dejó pensando un poco.

Sin embargo hay un pequeño detalle omitido en estas comparaciones. Los frisos pertenecen al edificio, son parte de un todo. Alguien en el público lo comparó a tener la cabeza del David en un museo y el cuerpo en otro. Ese punto quedó así fuera de toda discusión. Luego se comparó la compra de los frisos a Estados Unidos comprando obras de arte holandesas mientras Holanda estaba ocupada por los Nazis.

Stephen Fry mencionó a Lord Byron, su Maldición de Minerva y cuán orgulloso estaría de ver los frisos devueltos (curiosamente Lord Byron estaba en el barco en el que los mármoles viajaron de Grecia a Inglaterra). Fry también sugirió ideas para reemplazar la exhibición y quiso apelar “a lo mejor del pueblo inglés” pues sería un honor histórico retornar los mármoles a Grecia, cuna de nuestra cultura, filosofía, lógica, astronomía y demás: la cultura occidental no tiene cómo pagar a Grecia lo que se le debe.