viernes, 22 de mayo de 2015

Cerca del corazón salvaje, Clarice Lispector

Juana es un personaje extraño, a pesar de sus observaciones, con las cuales es fácil identificarnos. ¿Es, tal vez, por la honestidad de su aproximación, la misma que preferimos evitarnos incluso en la intimidad del pensamiento?

El proceso de las ideas no siempre tiene estructura; en una especie de caos espacio-tiempo suceden en un espiral que bien puede retraerse en sí mismo o elevarse hacia el infinito. Así, Juana (como nosotros) pasa de una observación a la otra, en saltos gramaticales, con frases y pensamientos aparentemente a medio terminar, en una asociación constante (¿aleatoria?) y sin embargo siempre encuentra lugar de sobra para el lirismo (al contrario de nosotros). No recuerdo otro libro con el mismo tratamiento (ni similar) de las divagaciones a las que nos entregamos, particularmente en cuanto a la forma.

Lispector dirá cosas como: "Al final, ¿qué importa más: vivir o saber que se está viviendo?" o "Por eso la poesía de los poetas que sufrieron es dulce y tierna, mientras que la de los otros, la de aquellos que de nada se vieron privados, es ardorosa y rebelde." Son frases en apariencia simples pero encierran en sí mismas el germen de un pensamiento complejo que daría para un maravilloso ensayo (filosófico o literario, usted elija), o un debate sobre verdades en la sobremesa con los amigos, o una última idea antes de quedarnos dormidos. Digamos, por ejemplo:

"No veo locura en el deseo de morder estrellas. (...) Si el brillo de las estrellas duele en mí, si es posible esta comunicación distante, es porque alguna cosa semejante a una estrella ha de estremece dentro de mí."

O bien:

"Pero si digo, por ejemplo: flores encima de la tumba, de repente surge una cosa que no existía antes de que yo pensara flores encima de la tumba. Y con la música, lo mismo. ¿Por qué no tocaba sola todas la músicas que existían? — Miraba el piano abierto — allí estaban contenidas todas las músicas..."

A mí el lirismo y el sentido de estos planteamientos platónicos (qué fue primero, el pensamiento o la palabra) me causaron mayor impresión que el divagar de Juana por la vida, su absurda situación tras la muerte del padre, el internado, el profesor, la tía con sus senos asfixiantes, Octavio, Lidia, el callejón concreto y el abstracto. Me pareció lo de menos. Casi me asusta confesar que me encontré enredada en el ovillo mental de Juana, más que ocupada en el desenvolvimiento de los acontecimientos.

Las citas a Spinoza con respecto al amor intelectual de Dios, su perfección y la naturaleza moral de los milagros me dejaron con ganas de investigación, yo que ando buscando al pajarito mandón. En cuanto a Lispector, después de este abreboca no me queda sino hacer una cita obligatoria con La pasión según G.H., ¡y pronto!

martes, 19 de mayo de 2015

vértigo

ya no escribo poemas
me voy
por el despeñadero de los días tranquilos
el salto
un silencio de flores bien cuidadas, pan tibio
caracoles
querubines de carne y hueso

oigo las aves cantando,
¿no es hermoso el jardín?

oigo el seseo del mar,
¿no es música su seda?

¡pero qué lejos los gritos del hombre!
¡qué lejos los himnos ingenuos!

Atlas, Prometeo,
¿por qué me han abandonado?

caigo

los días un acantilado, brisa apacible
las copas de los árboles
se mecen
así
indolentes
con una gracia conmovedora
y mi cuerpo
y mi angustia
¡ay!, que no hacen ruido contra las piedras

miércoles, 13 de mayo de 2015

El exilio del tiempo, Ana Teresa Torres


El paso del tiempo es una preocupación universal que Torres aborda en la novela a través del recurso de convertirlo en un casi-personaje, dándole voz, movimiento, memoria, huellas en los objetos familiares. Es un tiempo que no emite juicios morales pero a menudo hace reflexiones sobre la naturaleza humana en un lenguaje igualmente salpicado de imágenes líricas y expresiones coloquiales criollas.

La razón por la que es un libro amado en Venezuela —se remonta a la Caracas de los techos rojos, la de los estruendosos carnavales de los cincuenta, la de los pavos mayameros de los ochenta— va también en su detrimento: se queda un poco en la anécdota. Tantos personajes desfilan por épocas tan distintas que ninguno llega a desarrollarse por completo, ninguno tiene una voz definida, un conflicto sobresaliente, si bien son arquetípicos de algunos perfiles venezolanos. 

El libro es una especie de álbum familiar, social si se quiere, pero el tema del tiempo se queda disperso por los rincones (tal vez soy yo dándole la lectura equivocada y no es un planteamiento con tintes filosóficos sino más bien una observación: es así como transcurre el tiempo, he aquí sus huellas; el por qué y el cómo son lo de menos). Todo esto sin mencionar que la historia está narrada desde la genealogía de una familia pudiente que se asila en París durante la época gomecista, contrata a la Billo's para una fiesta en los cincuenta, y finalmente se muda al este de Caracas con su nana. Esta aproximación deja forzosamente a las clases media y pobre vistas bajo un lente breve, más bien condescendiente (por ejemplo la moralizante historia de la hija de la conserje quien, con el esfuerzo debido, termina haciéndose doctora). 

Tal vez que me queda un dejo de decepción al leer El exilio del tiempo después de haberme enamorado de Doña Inés contra el olvido de la misma autora, que si bien tiene el mismo tema del paso del tiempo en una familia y una sociedad determinada, también tiene un trama con mayor interés debido al conflicto de Doña Inés y sus memorias y papeles perdidos. Hay una fuerza tremenda en los hechos narrados y de pronto episodios históricos (que se enseñan a través de números que no significan nada para el escolar) cobran un perfil humano, que va más allá de la referencia al gentilicio en cuestión. Particularmente el Éxodo a Oriente tiene una dimensión tan viva que ya en su momento será así como se lo enseñaré a mi hija. Incluso la división de razas y clases sociales es un elemento más cálido en esta novela.

Doña Inés tiene un conflicto continuo que sirve como hilo conductor, a pesar de no intervenir directamente en lo que ocurre. La cronología lineal (al contrario de El exilio del tiempo) permite que cada generación logre desarrollar su historia, tendiendo al final un puente natural que da comienzo a la próxima, creando un tejido vivo que no me deja la sensación de cabo suelto en El exilio del tiempo, a pesar de todos sus laureles.

domingo, 10 de mayo de 2015

Es simple,

el insomnio del que despierto sueña. El primer sorbo de café de la mañana, el día una ventana recién abierta. La primera línea, escrita en una letra redonda que me recuerda la de mi madre, sus rasgos generosos, los labios llenos, la ira casi tan fácil como el perdón (perdón, madre, a veces tu ira es también bella). Es simple, el laberinto de días entre el olvido y las memorias, la asociación libre, la letra, la luna, los libros: aquél que al verlo me hizo imaginar a la niña -mi niña-, sus ojos curiosos buscando mariposas debajo de las piedras, despreocupada por lo imposible. Es simple, el sábado con sus jardines, sus juegos infantiles, las cuerdas de ropa tendida al viento, alas que sólo sin sus dueños pueden echarse a volar. Me faltan algunas cosas: fe absoluta, la risa de los que se fueron, una estrellita dorada en mi hoja de vida. Oigo pájaros. Es simple el insomnio del que, despierto, sueña.

sábado, 2 de mayo de 2015

La casa de los espíritus, Isabel Allende

Verdaderamente me cuesta comprender las comparaciones establecidas entre este libro y Cien años de soledad. Nada en el fondo o la forma las acerca. Es cierto que hay cierta presencia de realismo mágico en la novela de Allende, pero es un tono que se va perdiendo a medida que avanza el libro, hasta desaparecer por completo hacia el final, cuando lo último que queda de todo ello es la cabellera verde de Alba, un elemento algo decorativo que no añada mucho a la trama; no de la manera en que la clarividencia de su abuela es parte vital de los acontencimientos, por ejemplo.

El personaje de Esteban Trueba es el eje indiscutible de la historia y lo encuentro muy sólido; a pesar de la antipatía que me causan sus acciones, su motivación se me hacen clara y verosímil. Alrededor de este patriarca giran los demás personajes, tal vez menos articulados y sin embargo arquetípicos de la transición del latifundio a la era moderna del proletariado urbano, un proceso común en toda América Latina, lo mismo que las dictaduras militares y la aparición de los partidos de izquierda.

A pesar de la extensión del libro, lo leí en un santiamén: Allende tiene la capacidad de mantener al lector interesado y sabe desarrollar tramas secundarias que le añaden riqueza al eje central. Eso se lo aplaudo a La casa de los espíritus. Sin embargo, por otra parte hay algo en la prosa que no me engancha del todo; la siento muy pulida, muy trabajada, muy editada, tal vez y no ha quedado espacio para el lirismo en las imágenes: no ha sido una novela que me haya quedado rondando. Después de Inés de alma mía y Evaluna (las ediciones en español, regalos bien intencionados de mi familia de habla inglesa) me parece que llego al final de mis lecturas de Allende.