lunes, 25 de febrero de 2013

Claro de Luna

Advertencia: contenido erótico explícito 

Adela cerró la puerta en un estado de frenesí. La televisión encendida apagaba a gritos las voces de su confusión, pero todas las medias luces de su cuarto de hotel no eran suficientes para ahuyentar las sombras. ¿Qué hacer con la delicia de aquel beso nunca antes recibido?

Pensó en huir. Tendría que empacar, encontrar otro hotel a medianoche, llamar un taxi, resolver todo tipo de asuntos prácticos que no tenían cabida en su mente ahora que tocaban la puerta, ella abría y ahí estaba Clara con sus cabellos largos, sus senos pequeños, sus ojos café. 

El beso que comenzó en la puerta se prolongó hasta la cama. A tientas, Adela dio con el control remoto y apagó la televisión; aquella violencia del androide a medio morir era atroz. A las luces habría que dejarlas en paz en esta urgencia y hacer el amor sin escondites.

Adela se deleitó en descubrir el torso de Clara. Le dio un casto beso en la frente, demasiado tímida aún para entregarse al deseo de devorarle los pechos. El olor de sus cabellos fue el combustible que comenzó el camino incendiario de los labios por las sienes, las orejas, el cuello, los hombros y finalmente los senos erguidos: en ellos siguió con los dedos el trazo de las areolas, las rozó levemente con los dientes, las vistió con sus manos.

¿Por qué la desnudez de Clara, siendo un hermoso espejo de sí misma, le estaba prohibida? Emulando las caricias masculinas a las que estaba acostumbrada, Adela se adentró en el cuerpo vagamente adolescente. El olor de la piel fría, la cintura, las caderas y los muslos de Clara le dieron la impresión de un jardín recién regado. Con algo de duda rozó la entrepierna primero, la acarició después. Su propio atrevimiento le hizo estremecer. 

Clara respondió arqueando la espalda y repitiendo en Adela los mismo besos, continuando por el torso, la espalda, las nalgas, la selva leve del sexo. La lengua cálida, húmeda, era ya sabia en el oficio de navegar universos cítricos y como a un poema, los leía con cierto ritmo, ahora más lento, ahora más rápido, ahora al norte, ahora al mar, hasta dar con la rima de los versos. El cuerpo de Adela se tensó en un orgasmo alegre, un lirio, un acordeón, un pez dorado, una noche sin luna.

Aquello no terminaba aún.

*

Este ha sido mi proyecto para Adictos a la Escritura. Este mes el ejercicio consistía en construir una escena elegida entre tres opciones e incorporar tres elementos fuera de lugar.  En mi caso elegí una escena erótica y los elementos fuera de lugar eran un adroide, un acordeón y un pez dorado.

domingo, 24 de febrero de 2013

Poesía viva


Hace meses se me ocurrió la idea y finalmente esta mañana hice mi primer video.
 
El próximo tendrá mejor audio :)

viernes, 8 de febrero de 2013

Mi niña


Entre asombro y duda, mi niña viene con una polilla. A pesar de la seda de sus alas, vista así de cerca, su muerte es más bien grotesca. "Mira, mamá", me dice, "una mariposa".

Mi niña llega a la misma hora que el atardecer: su tesoro de conchitas quebradas, gastadas por las olas y sus pasos de arena, agua y sal, traen la canción del mar a mi casa.

Mi niña sin saberlo se pelea con el orden impuesto a las cosas; no entiende la etiqueta de las mentiras blancas, le aplica una matemática aleatoria al tiempo.

Cuando mi niña cierra los ojitos, entiendo el verdadero sentido de la poesía: no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.*

A veces mi niña sonríe, y a mí el universo y sus misterios me caben en los bolsillos.

Hoy, ocho de febrero.

* "no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme" es un verso de Nocturno, de Oliverio Girondo. El libro es Veinte poemas para ser leídos en el transvía.

martes, 5 de febrero de 2013

La Perla, John Steinbeck

Elegí este libro porque he leído poca literatura de Estados Unidos; sólo Hemingway y Bukowski me vienen a la mente ahora. Steinbeck, habiendo ganado un premio Nóbel en 1962 me pareció un autor digno de estudio. Este escritor me ha dado una impresión muy grata y me ha dejado con ganas de más, mucho más, después de haber leído La Perla. Es una historia hermosa, universal, narrada de una manera sencilla y directa. No hay muchos adornos sobre el paisaje ni largas cavilaciones mentales: el retrato de los personajes está pintado a través de sus acciones.

La Perla relata lo que ocurre alrededor del pescador Kino, su familia y su villa frente al mar después de encontrar un día lo que todos han buscado durante años: la perla perfecta, enorme, brillante, redonda, la que siendo única representa el escape de la extrema pobreza y la posibilidad real de un futuro para Kino, su mujer  Apolonia y su hijo Coyotito.

A lo largo del texto hay referencias a la cultura de Kino que delinea una frontera clara entre el pueblo de Kino y "los otros". Sin embargo, está hecho sin romanticismo, sin clichés como "el humilde pescador" o "la noble raza". En pocas palabras, el narrador no tiene una voz condescendiente hacia la minoría étnica ni la pobreza. Esta aproximación honesta y abierta se ha ganado mi respeto.

La prosa limpia, casi mínima de La Perla le sienta excelente a la personalidad severa de Kino (y es buen descanso para mi cabeza después de leer a Virginia Woolf). El libro se termina en dos horas, es casi como leer un cuento muy largo, siempre es interesante y tiene un final más bien desgarrador. Hasta mi esposo que no es un lector ávido se quedó con la impresión y me está preguntando por otro libro de Steinbeck.

En mi biblioteca reposa, a la espera, Tortilla Flat, uno de sus trabajos más conocidos. Me muero por empezar a leerlo.