martes, 1 de mayo de 2012

La niña buena


Raras, rarísimas veces miro el pasado con ojos de nostalgia o arrepentimiento. Hoy es una de esas veces. La sesión de fotos de hoy me recordó mis tiempos de trabajar en visual merchandising y me hizo extrañar el diseño, las galerías de arte, la ciudad, la fotografía, miles de luces.

Hay días en que tengo mis dudas, mis pies en las dos canoas y no sé si debería retomar el diseño luego de una larguísima pausa de siete años. Luchar contra mí misma y mi percepción no tener en realidad talento o interés apasionado por el asunto. O si debería ir suavecita conmigo misma, seguir por la senda universitaria (segunda ronda) y continuar con los números que se me dan pecaminosamente fácil, hacer como el poema de Cortázar y decir:

No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad me muerda los pies,
no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas de estilo.
Acepto este destino de camisas planchadas,
llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras.
El largo desarreglo de los sentidos me va mal, opto
por el dentífrico y las toallas. Me vacuno.
Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.

Me siento un poco vieja, como que renuncio a la cosa. Por el otro lado pienso: los gustos cambian. La simplicidad me ha dado una vida más feliz; de eso no me queda la menor duda. Supongo que tengo mis días. Ha sido un sueño larguísimo mudarme de país, casarme, mudarme de país otra vez, tener una hija. Algo de fidelidad propia se queda siempre. Y escribo.

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