lunes, 23 de diciembre de 2013

A las palabras

A las palabras se les puede pronunciar, escuchar, buscar, esperar.

En vilo, en vano.

Hay quien las invoca, incluso quien sufre el accidente de encontrarlas a pesar de la arena, las cuevas, el tiempo, la falta de memoria, otros escondites menos evidentes.

Que a eso se le llame fortuna es otro asunto.

Las palabras son su propio cuerpo cósmico, tienen su espacio y su tiempo.

¿Nacen, las palabras? ¿Quiénes son las parteras? ¿Quién la madre que las aúlla?

A ellas, indómitas, no se les puede obligar, es un ejercicio insensato: sería como querer deshojar una piedra o pretender desnudar a una sombra.

No es verdad que nos llegan, porque desconocen los caminos: no son viajeras, no entienden de puertos ni destinos.

Las palabras no pertenecen al hombre, sólo algunos hombres pertenecen a la palabra.

6 comentarios:

  1. Muchas veces me pasa que a mí las palabras se me imponen sin siquiera ir a buscarlas... ¿Será un caso particular?

    Saludos

    J.

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    1. Es que has sufrido el accidente de encontrarlas a pesar de los escondites :)

      Fortuna? Qué me dices?

      Abrazos!

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  2. Me suelen pasar que encuentro las primeras palabras, las que determinan el tema. Pero las que continuarían la historia se niegan a aparecer. Por ejemplo, en una historia con una damisela en peligro, no se me ocurre que tendría que hacer el heroe de turno para rescatarla. También la damisela puede defenderse sola. Pero tampoco se me ocurre como. O sea que tengo una cantidad de historias empezadas.
    Ah, dos demiurgos comentan en tu blog.

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    1. Las palabras, ¡esas bandidas que nos esclavizan!

      Saludos, Demiurgo, feliz 2014!

      Un abrazo.

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