domingo, 7 de abril de 2013

En París la muerte

huele distinto y pierde todo su sentido. Esas tumbas pomposas, llenas de musgo, a veces abiertas, no imprimen en nosotros el horror que produce, por ejemplo, el Cementerio General del Sur bajo la sequía que nos persigue: tumbas llenas de tierra seca y cadáveres de flores, sin letras, sin fechas; nichos donde los muertos se prostituyen y se acuestan unos con otros sin preguntarse el nombre; más arriba las tumbas van con cruces de hierro colado o madera pintada de blanco, que con el tiempo se van pudriendo como los muertos allá abajo. Tal vez, después de todo, tuve la suerte de visitar París en invierno, cuando todo estaba frío y gris, en sintonía con el silencio, con el reposo, y no en verano, cosa más dispar, porque nadie espera la muerte en un día soleado.

5 comentarios:

  1. Transmites la sensación a la perfección, haces que nos identifiquemos sin duda, París tiene ese halo como de estar suspendido en el tiempo, como si nisiquiera la muerte fuera capaz de irrumpir. un beso :)

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    1. Es así; no pasó mucho tiempo entre las visitas a ambos cementerios y la verdad es que la impresión fue muy distinta en cada uno.

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  2. la muerte, como la oscuridad, como el gris de la congoja en plena ciudad de las luces, todo lo equipara.

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    1. la cuestión es la muerte, la muerte de quién.

      saludos.

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