sábado, 11 de febrero de 2017

María Concepción, o El Café

El problema más difícil era empacar. Una cama por una noche en una ciudad tan grande, eso era fácil de conseguir, ¿pero qué hacer con sus bártulos, quién le haría un favor? Su fama de coqueta no la hacía popular entre las mujeres. Estaba él, “su” poeta, un prolífico talento que terminaría en laureles algún día, oh, tentación exquisita que haría cualquier cosa por ella, pero con agujeros en los bolsillos no podría sacarla del apuro en que estaba por más que quisiera.

¿Tendría que escabullirse casualmente, apenas el bolso al hombro, como quien sale a la esquina por cigarrillos… y no volver? No. Imposible dejar atrás sus vestidos, o la vanidad de sus joyas falsas que después de todo no hacían gran bulto, y mucho menos dejar atrás el único tesoro verdadero que tenía: sus libros, algunos de ellos enormes, pesados, ediciones viejísimas que no podría volver a conseguir en un siglo de vagar en la plaza de Bellas Artes. Conchita dio vueltas en el cuartucho de pensión del que estaban a punto de echarla. Seis meses de renta.

Resolvió que siempre le quedaba la opción de vender el alma. Era una idea mala y lo sabía, pero marcó el número lo mismo. Atendió la voz de Pablo, un ex – editor canoso, conocido en los círculos poéticos porque le gustaba hacer de Mecenas, particularmente con jovencitas prometedoras. Conchita dudaba, a esas alturas, ser una cosa o la otra pero el juicio de Pablo probó ser más benévolo: pagó su renta atrasada, cargó con sus pertenencias y eventualmente la acogió bajo su patrocinio.

Con él, Conchita obtuvo la libertad de consagrarse a escribir a todas horas y entregarse a cuantos placeres la enriquecieran. El precio hubo de ser pagado en cómodas cuotas nocturnas, en las que ella fingía no notar los besos demasiado húmedos para su gusto. La tortura del deber moral de dejarse hacer se traducía en poemas descarnados al día siguiente, en una feroz vivacidad durante la tertulia, en la pasión con que expresaba sus opiniones, y más que todo eso, en los versos envenenados de reproche con que respondía su poeta que la quería para sí.

La obviedad del deseo carnal en Pablo provocaba cierto desprecio en Conchita. Al mismo tiempo, ella quería amarle, ejercer su libertad y crear en aquellas noches un placer parecido al experimentado con otros amantes. Entre menos lo conseguía, más furiosamente escribía. Notaban todos la calidad de su trabajo, se hablaba de ensamblar su primer libro. A Pablo no le hacía mayor gracia compartir “su” descubrimiento ni le pasaban desapercibidos los versos del otro. La necesidad de establecer esta verdad lo convertía en un amante posesivo, a veces violento. Fue el período más fértil en la producción literaria de Conchita.

Fue también el más infeliz. Su poeta —ocupado como ella en los últimos meses— ahora se marchaba a Europa por un tiempo, a recoger los primeros laureles que ella siempre adivinó. En la mesita estaba la carta: una invitación a seguirlo, a terminar con su triste arreglo con Pablo. A regresar a la desazón de las pensiones baratas, agregó ella en su pensamiento.

Además ya estaban por bautizar su libro…

Conchita fumaba sola en el estudio aquella mañana, tomando café, jugando con sus cabellos, la mirada perdida en el horizonte de la ciudad. Suponiendo que abandonara a Pablo, su tormento nocturno y la increíble fuerza de su trabajo para sucumbir a la búsqueda de la felicidad amorosa… ¿qué sería de su propia poesía entonces?

Era una idea mala y lo sabía, pero marcó el número lo mismo. Ahora el problema más difícil era empacar.

18 comentarios:

  1. se piensa, con razón, que para que exista una creación literaria por excelencia hay que experimentar la vida desde su faceta más dura, un transitar por el infierno donde el artista va dejando las tripas, en aras de su producto final, su libro.

    al menos conchita no parecia haberla pasado tan mal...

    un abrazo.

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    1. Justamente, la idea de tomar un amante por conveniencia me parece un infierno...

      Abrazos!

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  2. Que curioso, el precio que paga por ser editada, inspira sus poesías, debido a su descontento. Y tal vez sea cierto lo que plantea el comentario anterior, que no la pasa tan mal. Teniendo en cuenta, su fama de coqueta.
    Bien contado.

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    1. Gracias, Demiurgo, por tu comentario. Creo que me toca guardar el cuento para futuro retoque.

      Abrazos!

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  3. Tratas un tema complicado con soltura y destreza. No era fácil y has salido airosa. Felicidades.

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  4. Vaya predicamento de Conchita, nada simple. Me parece bien trabajado, en horabuena.

    Un abrazo.

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    1. Beatriz, encuentro muy curiosa la diferencia entre tu reacción y la de Draco y El Demiurgo, y me quedo preguntándome si es cuestión de géneros la percepción del dilema de Conchita. La diferencia en las reacciones me alegra; creo que la historia tiene buen potencial pero tal vez necesita un tiempo en la gaveta.

      Besos!

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  5. Culpa todo de esa maldita sensación de siempre querer algo diferente a lo que efectivamente se tiene...

    Saludos,

    J.

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    1. ¿Pero qué es, exactamente, lo que tenía Conchita...?

      Abrazos :)

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  6. Te leo y entiendo lo que dices te encontre de casualidad
    un abrazo

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  7. Hola:
    Desgraciadamente esas cosas pasan más de lo que uno piensa, sobre todo en profesiones artísticas.
    Gracias por tu visita y tu amable comentario.
    Muchos besos.

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    1. Y en la industria del entretenimiento ni se diga.
      Gracias a ti por pasar por acá.

      Un beso!

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  8. La poesía se nutre de dolor y desesperación y Conchita yerra abandonando a su muso inspirador

    Abrazos

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    1. Exacto, y yerra también si no busca a su poeta: sin amor ¿quién vive?

      Un abrazo :)

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  9. Siempre con una desazón encima.
    Saludos.

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    1. Es que la paz interna no hace buenos cuentos :)

      Un abrazo.

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