¡Por fin te escribo, Cristina! No sabes el caos que me he encontrado. Mira, para empezar, he tenido que venir al hotel porque apenas murió mamá, Genaro cortó el servicio de internet, ¿y con qué objeto, me pregunto yo? ¿sólo para hacerme las cosas más difíciles? Ya verás tú misma cuando llegues, si es que finalmente cesa la nevada y puedes volar. ¿Estarás todavía en el aeropuerto? No puedo creer que viniendo de más lejos haya llegado aquí primero que tú, ¡y la falta moral que me haces, hermanita! Genaro verdaderamente me odia; ni por respeto a mamá se lo guarda o lo disimula cuando ha llegado la visita con sus flores y sus pésames. Está cuidando la casa como si fuera un perro bravo, me sigue por los rincones como si yo no tuviera el mismo derecho que él, como si yo fuera una ladrona, ¡qué sé yo lo que le pasa por la cabeza! En parte también por eso me he venido al hotel y te he hecho una reservación; no creo que quieras quedarte en la casa tampoco.
¡Y si vieras el estado en que está! Se me olvida que el trópico es tan prodigioso y exhuberante con sus cayenas, helechos y damas de noche, pero esa abuandancia está muy mal puertas adentro: hay telarañas, avisperos y los jejenes han destruído el juego de sala y el comedor colonial, ¡eso valía una fortuna! Y ahí está, perdido a cuenta de los bichos. Claro que a Genaro no se le puede decir nada de eso; se agarra de la excusa de la enfermedad de mamá y todo se lo toma a crítica personal. Imagínate tú, que apenas recién llegada me echó en cara un montón de cosas, que yo siempre fui mimada, que soy una mala hija y una ingrata -todo eso en frente de mi madrina Chela que vino a traer una sopa- y mira, perdí los estribos y le di una bofetada, así, frente a la visita también. Esa es realmente la razón por la que me vine al hotel: no nos hablamos.
Sé que me condenarás, Cristina, lo haces desde ya mientras lees. Llegarás linda, graciosa y precisa hasta en tu duelo; serás tan hermana mayor y correcta como siempre. Por respeto a la memoria de mamá no me lo vas a reprochar, porque eres intachable, pero habrá miradas y gestos y Genaro, que te conoce lo mismo que yo, los verá también y tu reprobación será su alegría. ¿Por qué él te quiere tanto, si tú también te fuiste y lo dejaste solo cargando con mamá y en eso, si al caso vamos, eres ingrata igual que yo?
En una cosa sí tiene razón: siempre fui mimada, pero sólo por papá, que fue el único que siempre, siempre me quiso y en paz descanse, el pobre viejo. Sabes, Cristina, que Genaro anda por la casa, fanfarroneando sobre el cofre de plata de mamá? Está haciéndome creer que te espera para abrirlo, pero en realidad está haciendo tiempo para buscar. El pobre ni siquiera sabe que soy yo quien tiene la llave. Y lo que tampoco sabe es que el título de la casa no está dentro del cofre. Para que lo sepas tú y no pierdan el tiempo buscando llaves y papeles perdidos, el título todavía está con el abogado de papá. Está a mi nombre.
No me lo reproches, Cristina, no ha sido mi decisión y papá habrá tenido sus razones, tal vez protegerme de mi propio hermano. He debido decírselo hoy mismo y quitarle los aires de señor de la casa, pero después de la escena de esta mañana, ¡tú me dirás! No me atrevo a regresar hasta que tú llegues y puedas apaciguarlo: él a ti sí te escucha. Espero que a ti lo de la casa no te importará, ¿verdad?, bien casada como estás y todo, ¿eh? Bueno, que tengas buen viaje y, por favor, acepta quedarte en el hotel con tu hermana que te quiere.
Un beso,
Julia
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Este ha sido mi cuento para el blog Adictos a la Escritura. El ejercicio de este mes era comenzar el cuento con la primera frase de una novela. "¡Por fin te escribo, Cristina!" abre el libro Ifigenia: Diario de una señorita que escribía porque se fastidiaba, de Teresa de la Parra, uno de mis favoritos.
...Y para los que querían leer la versión larga de La Tía Clarita el mes pasado, aquí se las dejo.
La tía Clarita (versión larga)
Se decía en la casa, a veces con tristeza, a veces con orgullo, que a Mamá Fina la democracia de este país le había costado tanto la alegría como la cordura. No hablaba exactamente desde el día del derrocamiento y el único momento en que parecía sonreirle la mirada era los sábados, cuando se ponía en el balcón a cambiarle las flores al cesto y a pulir la bicicleta que había sido de su hija, la tía Clarita.
...Y para los que querían leer la versión larga de La Tía Clarita el mes pasado, aquí se las dejo.
La tía Clarita (versión larga)
Se decía en la casa, a veces con tristeza, a veces con orgullo, que a Mamá Fina la democracia de este país le había costado tanto la alegría como la cordura. No hablaba exactamente desde el día del derrocamiento y el único momento en que parecía sonreirle la mirada era los sábados, cuando se ponía en el balcón a cambiarle las flores al cesto y a pulir la bicicleta que había sido de su hija, la tía Clarita.