domingo, 8 de enero de 2017

Esperando a los bárbaros, J.M. Coetzee

“Cuando los hombres sufren injustamente es el sino de aquellos que son testigos de su sufrimiento avergonzarse de ello.”

El Imperio, el Magistrado, el coronel Joll y los Bárbaros son los grandes personajes que convergen en una novela sin geografía ni tiempo determinados, en gran parte porque el conflicto narrado se ha repetido miles de veces a lo largo de la Historia: en las conquistas, las invasiones, las guerras y las autocracias de todo el mundo, con la consecuencia invariable del sufrimiento de los inocentes.

Esperando a los bárbaros está narrada desde el punto de vista de un Magistrado sin nombre: un hombre maduro que se siente satisfecho de su propio sentido de la justicia, con el cual administra su pequeña parte del Imperio, un poblado en la zona fronteriza con el terreno desconocido de los bárbaros . “Bárbaros” es el nombre usado para denominar a los otros: individuos de otra raza y otra cultura; una tribu ajena a la civilización -lo que sea que ello signifique-, a la que se le achacan numerosos vicios, entre ellos los de la estupidez, la flojera, la deshonestidad y la violencia. “Bárbaros” son en realidad los pobladores originales de las tierras narradas, a los cuales se ha desplazado para construir el Imperio.

El Magistrado aplica la filosofía de convivir en relativa armonía, y mantiene a los bárbaros a sana distancia de su distrito. Les permite el intercambio comercial y cortas estadías, pero se hace la vista gorda frente a las pequeñas injusticias que sufren en el poblado, por la simple razón de ser individuos marginados en una sociedad a la cual no pertenecen.

El idilio de esta justicia imperfecta cambia con la visita del coronel Joll, un hombre llegado de la capital con instrucciones de destruir a los bárbaros y la amenaza que representan para la paz del Imperio. En nombre de la paz, el coronel Joll comete actos tan crueles que el Magistrado siente la necesidad de intervenir y redimir a su propia civilización, particularmente cuando llega al encuentro de una joven destruida por los efectos de la tortura.

¿Qué tanto poder puede centrarse en un solo individuo? ¿Qué ocurre cuando la fuerza se impone sobre la justicia? ¿Hasta qué punto es posible separar la motivación personal del deber social? ¿Cuánta pérdida estamos dispuestos a asumir por perseguir un ideal?

A nivel personal la violencia siempre me ha resultado incomprensible, y a menudo me pregunto qué pasa por la mente de los hombres que azuzan la guerra, no tanto desde el alto mando -donde todo se resume en números abstractos-, sino en el campo de batalla. Qué piensa el hombre que hace un disparo y ve a otro hombre caer. Cómo pasa sus días un hombre que viola a una mujer porque es la orden recibida de su superior. Qué cena un hombre que ha pasado horas torturando a otro, haciendo caso omiso de sus gritos. Dónde queda el sentido personal de moral.

También siempre me he preguntado qué puedo hacer como ciudadana ordinaria frente a la injusticia en el mundo, y a pesar de mis muchas lecturas, conversaciones y escritos, no llego a una conclusión. ¿Debe ser un esfuerzo colectivo, más que individual?

Esta novela me tocó mucho por presentar interrogaciones muy similares a las mías, y a pesar de ser dura de leer en ciertos momentos, la voz del Magistrado ofrece la vaga esperanza que creo aún mantiene viva a la especie, sin importar de dónde viene el bárbaro en cada conflicto. La prosa de Coetzee es precisa (lo cual se agradece dado lo espinoso del tema) aunque en varios pasajes demuestra la sensibilidad de su pensamiento, obligándome a subrayar unos cuantos párrafos, casi todos muy largos para copiar aquí. A los curiosos no les quedará sino buscarse el libro :) Yo ya conseguí Desgracia y La vida y época de Michael K para ahondar en este autor en algún momento.

jueves, 5 de enero de 2017

Lecturas obligadas

"El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo."
-Daniel Pennac

Siempre necesito terminar mis libros una vez que los comienzo. De vez en cuando me he tropezado con uno que ha resultado un reto, sea por no entender o no disfrutar el fondo o la forma. En esos casos me he sentado a masticarlos como un niño mastica espinacas o berenjenas, hasta que consigo tragármelos (que no es lo mismo que saborearlos).

Ahora bien, acabo de pasar por una racha de lecturas, una tras otra, que no he disfrutado y me han hecho tomar una larga pausa algo llena de miedo para elegir el próximo libro. ¿Clásico o contemporáneo? ¿Literatura masculina o femenina? ¿En español o en inglés? Siento que ha sido una lección para cambiar de parecer: La vida es tan corta y existen tantos milones de libros que haría bien en quedarme con los que resuenan conmigo, en vez de obligarme a terminar los que no, por ejemplo:

El Lobo Estepario, Herman Hesse. Hay espejos en los que es insoportable mirarse, y con éste en particular el instinto que me dice que si me acerco mucho al fuego, se me van a derretir las alas. Terminé el libro, pero siempre tuve el temor de desencadenar depresiones. El final me dejó algo desconcertada; a lo mejor algún día le doy una relectura a ver si encuentro otra interpretación.

El Péndulo de Foucault, Umberto Eco. Las referencias al Kábala, los símbolos, anécdotas y citas medievales francamente se me escaparon de las manos. Después de terminar el libro me encontré varias críticas que llamaban a El Péndulo de Foucault uno de los libros más esquivos de la literatura contempóranea. Otras críticas dicen que el libro es una burla, una protesta, tal vez un manifiesto personal. Me parece que nadie sabe. ¡Ah, el alivio de las masas! Yo por mi parte me quedo con El nombre de la rosa...

Fin de Viaje, Virgina Woolf. Me alegré mucho al toparme con Mr. y Mrs. Dalloway en el barco que zarpa de Londres a la ficticia Santa Marina en Brasil. Algunos diálogos son deliciosos al tocar el tema del sufragismo y el lugar de la mujer en la sociedad. Sin embargo, una vez que el barco llega a Santa Marina la mayoría de los personajes desaparece, cortando de golpe la dinámica desarrollada hasta entonces.  De pronto me encontré leyendo sobre un hotel y un sinfín de rostros, sin trama definida, y aunque la terminé, no sé exactamente a dónde iba esta novela...

Después de estos tres, dejé por la mitad: 

La vida, instrucciones de uso, Georges Perec. La idea de describir la vida a través de los objetos parace genial, hasta que el lector está en plena mudanza y ya tiene más que suficiente con sus propios objetos. A lo mejor agarré este libro en mal momento más que nada. ¿Tal vez otro día?

Dr. Zhivago, Boris Paternak. Con lo que me fascina la Revolución Rusa, y con lo que me alegró reconocer citas a Dostoievski (uno de mis autores favoritos), me desesperé con el tren que pasa por kilómetros y kilómetros de nieve y parece no llegar nunca...

En fin, he cambiado de parecer. No me obligo. Y se siente bien tener esta libertad.