Hace un poco más de una década leí o intenté leer La vida exagerada de Martín Romaña o El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, no lo recuerdo. Lo que recuerdo es que el estilo de Bryce Echenique me sacó de quicio y no hubo novio en el mundo que me hiciera agarrarle el gusto.
Ahora bien. Uno se encuentra en una isla desierta (no de gente; de librerías) y viene a toparse con un trabajo del mencionado autor. En español. Lo más natural es, pues, tomarlo como un tesoro y hasta llevarse la grata sorpresa de disfrutarlo.
Lo empecé con mucho remilgo, debo confesar. El tono Chespiritiano de hablar para adelante y para atrás, mezclando voces de distintos personajes con diálogos, pensamientos y referencias al texto —todo separado tan sólo por comas en el mismo párrafo— todavía me marea un poco. Sin embargo esta historia es simple, se va colando lentamente y uno hasta le va tomando cariño a los personajes. Uno se ríe a ratos y quiere llegar al final del libro a ver quién triunfa: si los enamorados Natalia y Carlitos con su amor imposible o la sociedad puritana que los rodea.
Haber adivinado el final a medio libro no me causó la menor molestia. Bryce Echenique en un pasaje particular sobre los objetos y la presencia de la muerte quedó redimido ante mis ojos. De hecho creo que debería darle una visita a mi lectura de hace diez años. Me parece que si uno se hace un poco la vista gorda con el estilo de su prosa, verdaderamente valdría la pena disfrutar de pasarse unos días leyendo entre risitas.